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Padrazo Chaplin

Hace un siglo el artista inició un giro clave en su carrera. Dosificó a conciencia sus proyectos y viró de la comedia pura al dramedia. El chico fue su primera obra maestra de esa época. La película cumple 100 años.

Padrazo Chaplin

John Vorhaus define el humor como “verdad y dolor”. El dolor de unos, en unas circunstancias concretas, produce carcajadas de otros. Victor Borge explica que el humor prospera en la brecha entre nuestras aspiraciones y nuestras limitaciones. El humor es además catárquico, protector, y ayuda a despertar la compasión. Dejando de lado las comedias puras, desternillantes, los dramedias tienen un efecto más profundo. Son capaces de producir carcajadas (o sonrisas como mínimo) y lágrimas al mismo tiempo.

Eso comprendió Charlie Chaplin hace un siglo. Por eso el primer rótulo de El chico (1921, disponible en YouTube en VO) es “Una película con una sonrisa y, quizás, una lágrima.” Por eso sigue siendo una de sus mejores obras.

Lo primero que llama la atención es la carga dramática del argumento: Un sin techo (Chaplin) se topa con un bebé abandonado (Jackie Coogan), lo adopta a regañadientes y se encariña de él enseguida. El hombre apenas tiene recursos para comer un plato caliente al día y se obliga a obtener dos, continuando su picaresco modo de vida, toreando al policía del barrio y con la espada de Damocles de que aparezcan los servicios sociales o la arrepentida madre del chico. Chaplin afrontó ese argumento sin miedo porque sabía que provocaría esa compasión inmediata con los espectadores (una variante coral y reciente de ese argumento, también muy lograda, está presente en Un asunto de familia, Hirokazu Koreeda, 2018).

El guion es muy avanzado para la época. La adopción del niño (los intentos de Chaplin por deshacerse del bebé, hasta que tira la toalla) es tragicómica sin estar forzada; añade gags fáciles, referidos a comida, aseo o infidelidades amorosas con otros originales (la cafetera tuneada como biberón), picaresca inmemorial (la profesión de Chaplin, el contador de gas trucado, el dormitorio comunal), toques dickensianos (el niño enfermo, la madre ayudando a los pobres) y una genial escena onírica final. Además reduce los diálogos/títulos a lo imprescindible, no subraya nada que se pueda entender con imágenes o acción.

Solo tira por el camino fácil con el éxito profesional de la madre y el final ultrafeliz. Como actor Chaplin repite su catálogo de pantomimas sin abusar de ellas. Deja espacio para que el niño se luzca, dejando incluso que casi le vampirice, ya que ello ensalza la empatía con el padre accidental.

Muchos cinéfilos y estudiosos ven en esta película una de las más personales del actor director. Las escenas de pobreza y picaresca son reminiscentes de su dura infancia en el sur de Londres; el paternalismo del vagabundo se vio reforzado por una experiencia terrible, la pérdida de un hijo poco antes de crear la película.

Un siglo después El chico mantiene su vigencia. Su longitud (menos de una hora, lo que era un largometraje en esa época) facilitan que sea ameno para los no habituados al cine mudo. La historia es una acertada combinación de comedia y drama, con el perenne tema de los hijos abandonados. Y las actuaciones de Chaplin y Cogan son sobresalientes.

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