Frente a esa rotación imparable, de libros de muy corta vida entre su paso por las estanterías y la trituradora, hay obras que se convierten en la excepción y tienen una presencia continua. La primera edición de La revolución romana, de Ronald Syme, es de 1939. Ese análisis de la transformación de la sociedad romana, entre la República y el Imperio, fue visto en su momento como una suerte de metáfora de lo que ocurría en el contexto de su aparición, en el tiempo de ascenso y consolidación en Europa de regímenes de corte totalitario, de poder unipersonal maquillado con la apariencia de instituciones deliberativas. Resultaba fácil poner los nombres de Hitler, Stalin o Mussolini allí donde Syme hablaba de Augusto. El libro es, sin embargo, una muy detallada anatomía del poder romano en el momento de su apogeo. Lo mucho conocido sobre Roma en los sesenta años posteriores a la publicación de La revolución romana no socava el valor de esta obra elaborada a partir de fuentes documentales, de espaldas a la arqueología. La edición de este año se renueva en la forma, pero libro mantiene su condición de clásico, por fortuna, al alcance del lector.
Ovidio sufrió de manera directa ese poder ilimitado de Augusto, que le permitía incluso desterrar sin justificación aparente a un personaje relevante en lo literario y en lo social a los enclaves bárbaros semirromanizados, en los que la vida se ponía muy c uesta arriba para quienes disfrutaban de todo lo que Roma ofrecía. Tristezas de un exiliado es el lamento por esa expulsión a la lejana Tomis, en Rumanía, una decisión imperial cuyas razones constituyen todo un misterio.
Dinastía, de Tom Holland, es el relato de la historia de los primeros emperadores romanos. Holland se atiene al conocimiento fidedigno de ese período, que expone con buena habilidad narrativa, sin llegar a la novelización. De ahí quizá la continua reedición de este libro, que comparte éxito con otros del mismo autor, como Rubicón.