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Las muertas ya gritan

Las cinco mujeres, una investigación histórica sobre las víctimas de Jack el Destripador

Las muertas ya gritan

Las cinco mujeres del título son Polly Nicholls, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly. Lo que tienen en común es la hoja del cuchillo de Jack el Destripador deslizada en sus cuellos. O sea, son las cinco muertas “canónicas” del primer y más célebre asesino en serie de la historia. Pero Las cinco mujeres no va de eso, el libro de la historiadora va de contar las vidas (tristes, tristísimas) de un puñado de mujeres que anduvieron por el barrio de Whitechapel, en Londres, durante el otoño del terror de 1888. El 9 de noviembre pasado cumplieron 132 años del descubrimiento de los restos mortales de Mary Jane Kelly sobre la cama del cuartucho del número 13 de Miller’s Court, actualmente, un edificio enorme de oficinas, hasta hace no mucho, parte de la lonja de frutas de Londres.

Las cinco mujeres es un libro extraordinario. Y lo es por varias razones: porque da gloria leerlo es sólo una de ellas. Hallie Rubenhold ha decidido centrarse en las víctimas dejando de lado (muy de lado) al asesino y eso está bien, pero tiene una serie de consecuencias que la historiadora parece desdeñar. Relata los días angustiosos de un grupo de mujeres de clase obrera que tuvieron el final más trágico de todos: muertas y destripadas en medio de la noche. Lo hace, ya digo, individualizando cada una de las peripecias dramáticas, evadiéndose (más o menos) de un contexto de terror generalizado en aquel barrio del East End londinense. El primer asesinato fue en agosto, el último, en noviembre; entre medias la sensación de terror se había apoderado de las calles más peligrosas de Londres, según las había calificado Charles Dickens cuando era periodista. Es decir, Rubenhold reivindica a las mujeres y en esa reivindicación parece que olvida aquello que las unió: que un tipo sanguinario se deshizo de sus vidas.

La ventaja de tomar partido por las víctimas y no por El Destripador es que en este libro no se presenta una nueva versión sobre quién fue el asesino: nada del duque de Clarence, nada de un carnicero, ni del médico de la reina, nada de Walter Sickert… Lo importante son esas mujeres.

“Hoy en día, solo hay una razón por la que seguimos creyendo que Jack El Destripador era un asesino de prostitutas: porque apoya una industria que ha nacido gracias a ello” (p.359), es decir, porque hay “free tours” por Whitechapel, porque se han creado cócteles con el nombre del asesino, porque hay un museo que recuerda qué pasó en aquel otoño de sangre y miedo… “Con el tiempo, tanto el asesino como las asesinadas se han separado de la realidad”. Se han materializado en un cuento de terror victoriano. Y no le falta razón a la autora: las noches por Whitechapel se llenan de turistas que buscan cada uno de los lugares de los crímenes (o desaparecieron o las calles de sus ejecuciones han cambiado de nombre). Sin embargo, insisto, el foco en las mujeres “canónicas” aleja del foco al asesino y cabe preguntarse por qué no está en el libro la vida de Martha Tabram (la primera víctima del carrusel de muerte, según historiadores y especialistas). La respuesta es clara: Rubenhold escribe sobre aquellas mujeres que el primer “serial killer” había matado sin lugar a dudas. Y eso es lo que uno echa de menos en este libro.

Rubenhold defiende dos cosas: que las mujeres fueron asesinadas por ser mujeres y que Jack el Destripador no mataba prostitutas. Y lo hace siguiendo el fruto meticuloso de su trabajo de investigadora (archivos de hospicios, de pensiones, la instrucción judicial de cada uno de los casos). La segunda cosa que desvela (hasta ahora nadie había caído en ello) es que El Destripador se ensañó con mujeres dormidas al raso (encontrar cama en aquellos días era uno de los empeños más difíciles para mujeres solas). En virtud de ello afirma tajantemente que sólo Mary Jane Kelly se dedicaba a putear. Las otras no, las otras sólo eran pobres, vagabundas, madres de niños perdidos antes de que pudieran caminar, mujeres alcohólicas, mujeres sin trabajo y sin futuro, pero no prostitutas (Elisabeth Stride había hecho la calle en Gotemburgo, su ciudad de origen, pero “no hay pruebas”, dice Rubenhold de que hubiera vuelto a hacerlo en Londres). Y estas dos ideas principales hacen que el libro sea superlativo. Las mujeres a las que mató Jack El Destripador son más que unos nombres de una ficción: vivieron, malvivieron, lloraron, se intentaron buscar la vida y tuvieron la mala suerte de encontrarse con un desalmado armado con un cuchillo. En aquel otoño del terror.

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