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Crónica y ucronía: novela actual en la dulce Francia

Civilizaciones, la historia alternativa de Laurent Binet, una excepción en el buen momento de la literatura francesa

Novela actual francesa

No quiero aburrir aquí con la lista de los premios a los que puede aspirar cada año un literato francés, pues sería el cuento de nunca acabar. Todos tan de gran prestigio (oh là là!) y de no menor difusión (hélas!) y origen que son de grandes tertulias y polémicas en prensa y medios cualesquiera (voilá, la grandeur!). Parece que tras la agobiante fiebre británica y yanqui que no se va ni con agua caliente de los escaparates de las librerías desde unos lustros acá, el eje vuelve a la dulce Francia, a nuestro vecino de al lado. Retornan los 60 y 70 y 80 del XX. A propósito del reciente éxito de Civilizaciones, de Laurent Binet, no parece de más alumbrar un poco el bosque de la narración gala actual con una pequeñita linterna. Por fecha de nacimiento, las cosas vienen a estar así.

1.- A cada novela que saca, sigue triunfando el -para mí- mejor artesano de las letras francesas de hoy: Pierre Lemaitre (1951). Quien no lo conozca puede comenzar con la serie policiaca de su comandante -en España, inspector jefe, (cortesía informativa de Alejandro M. Gallo)- Camille Verhoeven. Empero, aconsejo otra vez más su magistral Vestido de novia. Con El espejo de nuestras penas acaba de cerrar la trilogía Los hijos del desastre”, que ya desmenuzó la 1ª Guerra y que ahora nos lleva a los años 40, con los nazis avanzando a bomba limpia (oxímoron) hacia París, con la Línea Maginot convertida en un chiste…

2.- De Éric Vuillard (1968) llevo ya dicho aquí que escribe a voces: a voces de denuncia panfletaria. El orden del día sigue siendo la puerta de entrada a quien no lo frecuente.

3.- A principios del año de la covid, apareció El consentimiento, firmado por la editora Vanessa Springora (1972). Qué escandalazo. Cuenta su relación -sexual también, por supuesto- con el pope intelectual de tiempo atrás Gabriel Matzneff: célebre entonces, agudo y talentoso, de intensa vida social en los lugares de moda… si bien presunto pedófilo y presunto depredador sexual y presunto todo, pues hasta el intocable periodista Bernard Pivot le reía las gracias en su programa. Matzneff le llevaba a Springora 36 años -allá ellos-; pero la chica contaba 14 años. Presuntamente.

4.- Y llegamos a Laurent Binet (1972). Mucho disfruté con HHhH (iniciales en alemán de “El cerebro de Hitler es Heydrich”) y mucho más con la primera mitad de La séptima función del lenguaje, divertidísima sátira -a partir de la muerte de Roland Barthes- del llamado “French Style” y otras semiologías: aquellos estructuralistas, hay que ver… Lo disfruté lo mismo que no pude hacerlo con su Civilizaciones, esa novela de ficción histórica; esa ucronía; esa reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos; ese subgénero literario tan de moda de historia alternativa, con tramas urdidas sobre cómo hubiesen sido las cosas si las cosas no hubiesen sido como fueron las cosas. Dividida en cuatro partes de muy desigual tamaño, nos va contando el descenso de una mujer desde la gélida Islandia (pleonasmo) hasta Cuba y Perú, allá por los años de cuando ni se computaban años siquiera. Los viajes enriquecen si se aprovechan para aprender a tratar el hierro, a cultivar cereales y a disparar armas de fuego. Fin de la corta 1ª Parte. La 2ª es un supuesto diario de Colón, fracasado y aislado en Cuba, tras haber perdido dos de sus naves. Corta, asimismo. La 3ª Parte es la larga: “Crónicas de Atahualpa”. El guerracivilista inca cruza el Atlántico, llega a Portugal, pasa a Toledo (auto de Inquisición al canto), batallas y muerte hasta que Atahualpa consigue ser proclamado rey de España. Luego, también los mexicanos de Cuauhtémoc entrarán al viejo continente -por Normandía- y se fraguará la nueva división política europea. Por fin, la 4ª Parte de Civilizaciones narra ficticias aventuras de Cervantes, su encuentro con Montaigne y otras movidas de cuyo nombre no quiero acordarme. Dice Binet que le gustan el pastiche y el collage; que no pretendió contar la historia reivindicando la mirada y triunfo del otro -del indio-; que solo es un juego muy posmoderno de la posmodernidad posmoderna. No consigo verle el chiste a mezclar cartas, títulos quijotescos, enumeraciones legales (“Los doce artículos del campesinado alsaciano”; o “Las 95 tesis del sol”) o imitaciones del estilo de los Siglos de Oro sin que nada lleve a ningún sitio -salvo al bostezo- para dárselas de erudito. Pero es la dulce Francia. Por lo tanto, culpa mía, de lector. Ojalá ustedes sepan disfrutarla.

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