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Orson Welles no habría firmado Mank

Mank es una de las mejores películas del año. De un año descabalado por la pandemia. Y más que un homenaje a Ciudadano Kane es un ejercicio más de nostalgia sobre la industria de cine de tiempos muy lejanos.

Orson Welles no habría firmado Mank

A los guionistas siempre se les ha considerado bichos raros en el gremio. William Goldman bromeó que su lugar estaba en algún punto intermedio entre el bedel y el jefazo de la productora. Un veterano productor español les llamó las putas baratas del cine. Melvin Helitzer, profesor, explica que muchos escritores han tenido infancias infelices, alguna tara física y personalidades difíciles. Inteligentes, inseguros, bocazas, irascibles, frustrados sexuales y proclives a caer en las garras del tabaco, alcohol o drogas.

Herman Mankiewickz marcó bastantes casillas de ese perfil. No fue perseguido como Dalton Trumbo, ni cayó en picado tan rápido como Scott Fitzgerald. Sin embargo su adicción al alcohol (y en menor medida al juego) mancharon su currículo, forzándole a trabajar muchas veces en la sombra (revisando guiones o renunciando a aparecer en los créditos) y privándole de una carrera más productiva y reconocida como la su apadrinado Ben Hecht o su hermano Joseph.

‘Mank’, el apodo de Herman, fue por tanto un fugaz líder de manada. El grupo de brillantes y luditas periodistas que durante algo más de un lustro (entre el final de la Depresión y el inicio de la II Guerra Mundial) tomaron el mando de los libretos de Hollywood cuando el cine sonoro terminaba de consolidarse. Para saciar a los fieles espectadores no bastaba adaptar novelas u obras teatrales. Los productores necesitaban guiones originales, comedias o dramas resultones, y los querían ya, para ayer. Por eso tiraron de plumas afiladas como la de Mank, Hecht o Charles MacArtur.

Sobre su aportación a Ciudadano Kane, pasadas muchas décadas hay un cuasi consenso en que Mankiewickz escribió un buen primer borrador que fue mejorado por las revisiones a medias con Orson Welles.

En Mank, David Fincher, con guion de su difunto padre, se abona a la teoría de la injusta defenestración por su falta de disciplina. El director de Seven hace un homenaje a los primeros años del cine sonoro y la labor de una brillante generación de guionistas y parece que intenta desmitificar a Orson Welles, mostrar que se aprovechó de gente tan brillante como él. O, quizás, Orson Welles es solo un señuelo de marketing, un cebo para vender una historia con melodía de batallita de geriátrico californiano.

Ya que por encima de todo Mank destila ausencia de riesgo. Con Ciudadano Kane Orson Welles hizo una obra maestra sobre la arrogancia, ejemplificada en un magnate de los medios de comunicación. David Fincher se arrima más a The Artist. Renuncia a una interesantísima trama, la compleja relación que hubo entre Welles, Mankiewicz y el productor John Houseman durante la génesis del filme. Se limita a recrear con desparpajo travesuras de guionistas de Hollywood justo antes de la Segunda Guerra Mundial y a clavar una rápida banderilla a los políticos populistas. La fotografía intenta calcar la de Ciudadano Kane. Repito, calcar; no buscar un estilo propio que armonizara con el filme homenajeado. Y la banda sonora de Trent Reznor tampoco impacta, como sí lo hizo en La red social. No hay color (valga la expresión) entre ambos filmes.

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