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Solo se vive como James Bond una vez

Solo se vive como James Bond una vez

James Bond (Agente 007 contra el Dr. No, Terence Young, 1962; Desde Rusia con amor, Terence Young, 1963; James Bond contra Goldfinger, Guy Hamilton, 1964; Operación Trueno, Terence Young, 1965; Solo se vive dos veces, Lewis Gilbert, 1967; Diamantes para la eternidad, Guy Hamilton, 1975).

El personaje lo definió Judi Dench (M en varias entregas) como “Un dinosaurio machista y misógino, una reliquia de la Guerra Fría”. En el debate sobre quien ha sido el mejor actor que ha encarnado a 007 la nostalgia es un factor traicionero. Cada actor (salvando los pinchazos de George Lazenby y Timothy Dalton) encajó con sus época. Y aun así… Aún así el carisma, el aplomo, la empatía que transmitió Connery no han sido capaces de replicarla Roger Moore, Pierce Brosnan ni Daniel Craig. Connery fue el mejor, y no será superado porque el propio Bond no será eterno. Su físico, su garbo, su personalidad son el paradigma (idealizado) del varón británico de esa época. Macho alfa tan irresistible como machista.

Mark Rutland (Marnie la ladrona, Alfred Hitchcock, 1964). Una de las obras más freudianas de Hitchcock (y la favorita de Bertolucci). Una mujer frágil y atormentada que ha elegido el camino de la delincuencia se topa con su peor enemigo, un hombre que en vez de denunciarla, la obliga a casarse con él y consumar la relación. Aunque la estrella es Marnie/Tippie Hedren, Connery aceptó un papel difícil y peligroso para su carrera futura, logrando que su personaje fuera mucho más que un psicótico en celo.

Daniel Dravot (El hombre que pudo reinar, John Huston, 1975). Mi película favorita de Huston. Si Cervantes llevó al límite los sueños de grandeza en Don Quijote, Kipling hizo lo mismo con la picaresca en la novela corta que adapta este filme. Dos soldados británicos abandonados a su suerte en la India, dos peoncillos del Gran Juego acaban, por una combinación de suerte, arrojo e inconsciencia, como reyezuelos de una tribu del Himalaya. Antológica buddy movie de aventuras; la química entre Connery y Michael Caine iguala, o supera, a la de Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino.

William von Baskerville (El nombre de la Rosa, J.J. Annaud, 1986). Preparando la adaptación de la superventas novela de Umberto Eco, Annaud dudó al fichar a Connery porque los espectadores seguían asociándolo inmediatamente con 007. Cedió por que no encontró un actor mejor. Connery, por supuesto, no falló, ayudando incluso a camuflar altibajos del libreto.

Jim Malone (Los intocables de Eliot Ness, Brian de Palma, 1987). Para la recreación del dream team que persiguió a Al Capone, De Palma aportó su enérgica vara de mando, el dramaturgo David Mamet hurgó en las sutiles diferencias de etnia y personalidad de los personajes, y los actores pusieron el resto. El escocés Connery mudó su piel por la de un tosco irlandés arremangándose y sin despeinarse.

Profesor Henry Jones (Indiana Jones y la última cruzada, Steven Spielberg, 1989). Centenares de actores hubieran matado por encarnar al padre de Indiana Jones. Spielberg eligió a Connery, a pesar de que solo era doce años mayor que Harrison Ford. El escocés aportó su percha, que superaba el paso del tiempo mejor que un Gran Reserva, su carisma y dosis justas de humor. Como en los ejemplos anteriores, cuesta imaginar a otro actor en ese personaje.

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