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De nuevo, las tres de la mañana

De nuevo, las tres de la mañana

Hay novelas breves que perduran por su belleza y ligeras que pesan por la hondura de sus palabras. Las tres de la mañana, de Gianrico Carofiglio, es una de ellas. El título encierra la frase en que se inspira de Scott Fitzgerald -“en la verdadera noche oscura del alma son siempre las tres de la mañana”- de aquel libro, The Crack-Up, que marcó su etapa madura como artista, cuando ya había sembrado la semilla de la destrucción. Yo estaba familiarizado con las historias policiacas del magistrado escritor Carofiglio (Bari, 1961) y su personaje, el abogado Guido Guerrieri, pero antes de leer esta novela de iniciación con ritmo cinematográfico no se me hubiera ocurrido pensar hasta qué extremo podía llegar a conmoverme.

Las tres de la mañana es el momento en que todo puede ser distinto, incluso la esperanza. En la historia de Carofiglio que un amigo le contó y él trasmite envuelta en melancolía, Antonio es apenas un adolescente cuando le diagnostican una epilepsia idiopática. Tras la primera consulta en Italia, el joven, con su padre, matemático y profesor, y su madre, profesora de literatura, viaja a Marsella para que le vea el doctor Gastaut, una luminaria en el campo de esa enfermedad. Durante los tres años que siguen todo parece volver a un estado normal, pero después Antonio, con apenas dieciocho, regresa a Francia, esta vez acompañado únicamente de su padre. El matrimonio se ha separado.

El médico decide someterlo ahora a un examen final, la llamada “prueba del gatillo”, una práctica psiquiátrica tan violenta que actualmente ha sido excluida de los protocolos de la enfermedad. Padre e hijo, obligados a permanecer despiertos durante 48 horas consecutivas, ayudándose de pastillas para evitar dormir, deciden conocerse, quizás, por primera vez. Deambulando por las calles, haciendo compras, en un club de jazz, comiendo en restaurantes, dejan al descubierto sus miedos, fortalezas y debilidades. El protagonista, Antonio, decide compartir la intimidad insomne de aquellos días y sus noches al cumplir los 50 años, precisamente la edad que entonces tenía su padre. Las tres de la mañana se convierte entonces en un relato intenso y meditativo, que toca las cuerdas más sensibles de las relaciones humanas y familiares. En ellas tiene un papel relevante el redescubrimiento de las vidas: la oportunidad de sincerarse el uno frente al otro. Padre e hijo se reflejan y comparan con la figura de la madre ex esposa, una mujer tan bella como esquiva.

Emprenden una carrera vertiginosa, por momentos alucinada, otros alegre, entre barrios de mala fama, paisajes marinos espectaculares, y lugares escondidos poblados por criaturas nocturnas. En medio de todo ello surgen complicidades; la música, la importancia de las matemáticas con la que el padre pretende reafirmarse con una carta que incluye palabras del científico John von Neumann: si la gente piensa que no son simples es porque no se da cuenta de lo complicada que es la vida. Beben vino, exploran un sex-shop, cede la tensión inicial y abandonan sus mundos separados para confluir en uno propio improvisado a su medida. Marsella también se ilumina con destellos mediterráneos: la banda sonora es de Miles Davis. El telón empieza a bajarse en la playa en la que conocen a dos lesbianas que les invitan a la fiesta que organiza una amiga. De nuevo son las tres de la mañana, donde descansa la verdadera noche oscura del alma. Si se les presenta no pierdan la oportunidad de leer esta hermosa novela.

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