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La incurable soledad

La incurable soledad

Aveces las cartas no llegan a tiempo. “Querido Arvid. Me desperté una mañana y ya no te quería. No estés triste, no es tu culpa”. Turidle escribió a su esposo en 1989. Él no leyó entonces sus palabras. Una semana después, un naufragio acaba con la vida de la madre, el padre, el hermano y la sobrina de Arvid. La muerte le sobreviene de antemano, comenta con el negro y seco ingenio que caracteriza el tono de Hombres en mi situación, la novela del noruego Per Petterson. Turid se queda un año más. Arvid encuentra la carta y percibe que este último período de su vida se ha cerrado sin amor. Ahora ha pasado otro año. Vive su soledad en un apartamento. No solo Turid, sino también las tres hijas lo han abandonado mudándose a una casa adosada. Tampoco ha hecho demasiado para detenerlas. Lo ha intentado, pero sin fe. La hija mayor no lo lleva bien. Una mañana, Turid llama. Llora y no sabe dónde se encuentra. Tiene que dar con ella. La acción se basa en este día, pero la perspectiva temporal del relato resulta de lo más fluido. Surgen las escenas que retrotraen a la infancia, los padres, el matrimonio, etcétera. La exploración proustiana alcanza a cualquier escritor noruego desde que Karl Ove Knausgård se embarcó en la dolorosa y sincera confesión de Mi lucha. Peterson no permanece ajeno a la corriente. Divorcio, padres e hijos, vacío, dolor, oscuridad existencial, empapan este tipo de literatura. A Arvid Jensen, en cambio y sin que acierte a comprenderlo porque nada de lo que ha escrito recuerda al Premio Nobel, lo llaman sus conocidos Knut Hamsun..

Arvid Jensen, el protagonista de Hombres en mi situación, que acaba de publicar Libros del Asteroide, guarda asombrosas similitudes con el propio Petterson, quien perdió a sus familiares más directos y a una sobrina en el accidente del ferry Scandinavian Star. El recuerdo pesa como un colchón bajo la lluvia, mojado, pesado e imposible de mover. Pasa horas de insomnio en su viejo Mazda. Hay días en los que conduce al azar por Oslo y noches en las que va a la ciudad empujado por un deseo salvaje de contacto con la piel. Se emborracha y se deja controlar a regañadientes por cualquiera, con la esperanza de encontrar la persona indicada a la que rendirse. Pero se retira cuando algo puede llegar a pasar. Puede que la novela de Petterson abuse de un discurso algo reiterado y sea de por sí repetitiva pero está bien escrita, con un lúcido sentido del humor cáustico y una ironía de doble filo bien reflejados en los encuentros fallidos que mantiene con mujeres y en la propia soledad incurable del protagonista. En la más aclamada de sus novelas anteriores, Salir a robar caballos (2003), Per Petterson abunda en las descripciones de la naturaleza, que también vuelven a surcar el texto de Hombres en mi situación. “Era primavera, abril. Nada había florecido, pero lo notabas en el aire, incluso en el centro de la ciudad se deslizaba por las calles el aroma dulce de los abedules impacientes, en los parques los tilos estaban cargados de olor, un olor que empujaba la corteza desde el interior con tanta fuerza que la desgarraba en largas tiras, y sentías el calor al apoyar las palmas de las manos en las lápidas y las piedras de granito del cementerio del Norte”. (pag. 235). El lenguaje de Petterson es sorprendentemente bueno, sugerente y auténtico en esta traducción de Lotte K. Tollefsen. Destaca en él, ya digo, el sentido del humor discreto de un hombre cauteloso que ha sido acorralado pero condenado a actuar con una astucia que le permite repetirse en las novelas, al igual que otros grandes autores, con el mismo protagonista sin que deje de ser por algún momento su propio álter ego. Aunque no siempre, claro.

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