Suelo calificar algunas veladas de concierto como de noches mágicas porque son aquellas sesiones musicales que dejan en mí un recuerdo indeleble de profunda gratitud por lo recibido que además quedan para siempre prendidas en nuestro recuerdo. Hace pocas fechas goce de nuevo de ese a modo de Epifanía con la actuación del Maestro Achúcarro, a la que siempre asistimos los que le admiramos grandemente desde antiguo, con ese temor de si va a ser la última vez que disfrutamos de su presencia en la Isla, temor siempre despejado con su siguiente actuación en nuestra vecindad, que espero que sea pronto, prontísimo. El Maestro Mielgo no pudo elegir mejor descripción en la presentación de Don Joaquín, al calificarlo de joven pianista de ochenta y ocho años, y es que es tal cual; en el pianista bilbaíno se reúnen el empuje y el espíritu de un novel aspirante anegado en el ansia de dar el todo ante el teclado y el saber hacer, la experiencia y la musicalidad de una larga trayectoria; difícilmente se puede regalar a oídos, ansiosos de música, una mejor simbiosis; cuando todo ello viene acompañado de la música de Ravel, con todo un concierto para piano en Sol, pero también de Gershwin, dos preludios del neoyorkino y un Nocturno de Scriabin para la mano izquierda, que más se puede pedir. Ardieron las manos de los asistentes como pocas veces en merecidísimo loor al artista.
Decía Ravel que la más grande fuerza en el mundo es el pianissimo, quizá fuera por su potencia en conmover a los más impasibles; no se me ocurre mejor deseo con corazón agradecido, para quien de forma tan exquisita trata esos pasajes de expresión musical más suave, cuya intensidad emotiva no disminuye un ápice, que esperar, que es gran fuerza del pianissimo acompañe siempre y por mucho tiempo al Maestro Achúcarro. Bravissimo.
