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Trump, el gran populista

Siempre demasiado y nunca suficiente, de Mary Trump, sobrina del magnate, desvela las claves vitales que explican su personalidad

Donald Trump

Cuando Mary Trump, la mayor de las sobrinas del actual presidente de EE UU, vio el rumbo que tomaba la campaña presidencial de 2016, con su tío ganando primaria tras primaria sin que ni siquiera la conjunción de todas las fuerzas del Partido Republicano lograse detenerlo, se preguntó si no sería su deber explicar en público las razones por las que Donald Trump no estaba “en absoluto” cualificado para sentarse en el Despacho Oval de la Casa Blanca. “Empecé a sentir que estaba viendo repetirse a gran escala la historia de mi familia, y el papel central de Donald en ella”, afirma la autora de Siempre demasiado y nunca suficiente, el volumen en el que, con cuatro años de retraso, explica lo que entonces calló tras decidir comportarse como el resto de sus familiares: ni apoyo público ni críticas públicas. Mary Trump, 55 años, doctora en Psicología clínica con larga experiencia como terapeuta, investigadora y profesora, asegura que dio el salto al entender que la Casa Blanca no había moderado a su tío: “El horror de la crueldad de Donald se magnificaba por el hecho de que sus actos eran ahora política oficial de los EE UU, afectando a millones de personas”. Hacia mediados de 2018, segundo año de mandato, ya había tenido ocasión de ver hasta el hartazgo cómo “Donald destrozaba normas, ponía en peligro alianzas y aplastaba a los vulnerables. Lo único que me sorprendió”, matiza, “fue el creciente número de personas dispuestas a dejar que lo hiciera”. Su conclusión, sin duda voluntariosa, fue: “Tengo que frenar a Donald”.

El primer resultado de este cambio de actitud llegó en octubre de 2018. The New York Times publicó un largo artículo en el que revelaba “la larga letanía de actividades potencialmente fraudulentas y criminales en las que mi abuelo, mis tíos y mis tías habían participado”. La fuente del texto, se revela ahora en el libro, fueron cajas y cajas de documentación facilitadas por Mary Trump a dos periodistas del diario. Eran los documentos reunidos años atrás por ella y su hermano para sustentar la demanda contra la familia Trump por haberles dejado, bajo la batuta de Donald, al margen de la herencia de su abuelo, el viejo Fred Trump. Fred Trump: el hombre que destruyó a su primogénito, Freddy, el padre de la autora, y que, como recambio, construyó a Donald. Los malpensados, que a menudo aciertan, ven aquí una causa no confesada por la que Mary Trump habría escrito el libro. De hecho, tras el éxito del volumen, que vendió un millón de ejemplares el primer día, su autora ha presentado una nueva reclamación judicial en la que acusa a sus familiares de haberla despojado durante años de millones de dólares que le correspondían. Para Mary Trump, afirmar que el magnate padece un trastorno narcisista de la personalidad, como hizo en 2017 la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, es un diagnóstico aceptable pero incompleto. Bien es verdad que, desde entonces, el dibujo se ha afinado. En un documental de reciente estreno -No apto: la psicología de Donald Trump-, un grupo de psicólogos habla de “narcisismo maligno” e identifica en el presidente de EE UU cuatro síntomas: paranoia, narcisismo, comportamiento antisocial y sadismo. Los psicólogos insisten en que es el mismo diagnóstico que se aplica a Hitler, Stalin y Mussolini.

Mary Trump ya resaltaba en su libro, difundido en EE UU meses antes que el documental, el trastorno antisocial de su tío y explicaba que puede llevar a la sociopatía, pero también a “la criminalidad crónica, a la arrogancia y al desprecio de los derechos de los demás”. Y, cuestión que se revelará clave para entender a Trump, aludía a un trastorno de personalidad dependiente, cuyas características incluyen la incapacidad de tomar decisiones o asumir responsabilidades, la incomodidad de estar solo y los esfuerzos excesivos para obtener la aprobación de los demás. Asimismo, sospechaba “una larga discapacidad de aprendizaje” que durante décadas le ha impedido procesar información. Este cuadro se habría acentuado desde la llegada del magnate quebrado a la Casa Blanca, ya que “la disparidad entre el nivel de competencia requerido para dirigir un país y su incompetencia se ha ampliado, revelando sus delirios más claramente que antes” y sometiéndole a un elevado nivel de estrés. No por exceso de trabajo, sino por la necesidad de ocultar “que no sabe nada” y por sufrir una oposición política a la que no está acostumbrado, que le sitúa en estado de enfado permanente.

Hoy, como cuando tenía tres años, diagnostica la sobrina de Trump, su tío es incapaz de aprender, evolucionar, regular sus emociones o moderar sus respuestas. Sus profundas inseguridades le hacen requerir continuos elogios. Sabe que no es nada de lo que dice ser y por eso necesita reforzar su ego de continuo. En suma, la Casa Blanca estaría ocupada por un narcisista maligno, de personalidad dependiente, que, además, es un impostor. Despiezar el largo proceso de fabricación de esa retorcida impostura es el núcleo de Siempre demasiado y nunca suficiente. Sintetizando, y desde el principio. Cuarto de cinco hermanos y segundo varón, Trump nació en un hogar dominado por un sociópata, el constructor Fred Trump, carente en apariencia de necesidades emocionales. Padre y esposo rígido, defensor de la inferioridad innata de la mujer, solo veía el mundo como dinero y reinaba por la división. La madre, enferma perpetua de queja y victimismo, apenas se ocupaba de los hijos, cuyas sonrisas o lágrimas se acogían con indiferencia o ira. Resultado: Donald no se siente querido ni atendido y empieza a elaborar sus defensas: hostilidad ante el mundo e indiferencia ante sus padres.

El primogénito, Freddy, padre de la autora, era el elegido. Pero Freddy tenía un carácter sociable. Para su padre, Freddy era un blando. Por eso le exigía un éxito rotundo, a la vez que le auguraba que fracasaría y lo castigaba. Donald, siete años menor que Freddy, percibió pronto que no tenía que ser como él. Resultado: para ser “un hombre de verdad”, aprendió, hay que ser duro, mentir antes que reconocer un error, no dejarse humillar.

Fred, sostiene la autora, destruyó a Freddy, que murió a los 42 años, alcohólico y alejado del emporio familiar, pero también a Donald, convertido en extensión de su padre e incapaz de percibir y aceptar sus propios sentimientos. En la escuela fue arrogante e intimidatorio, lo que le distanció de la gente, y no respetaba la autoridad. Fred, centrado en el primogénito, ni se enteraba. Más adelante, admiraría su desprecio de la autoridad. Resultado: Donald está empezando a construir la ilusoria conciencia de su grandeza.

Salto en el tiempo. Tras graduarse, Donald entra en Trump Management, el emporio familiar, donde su padre le da trato privilegiado. Le atrae, a diferencia de Freddy, el lado sórdido del sector inmobiliario y le encantan los chanchullos políticos y financieros. Fred se da cuenta de que no tiene cualidades para el día a día del negocio, pero ve en su audacia y descaro el arma perfecta para cumplir su sueño: saltar como constructor de Brooklyn a Manhattan, algo que él, muy limitado para las relaciones sociales, nunca ha logrado.

Comienza ahí la impostura pública de Donald Trump: la de venderse como un millonario mujeriego y un brillante hombre de negocios hecho a sí mismo, cuyas andanzas son seguidas por la prensa sensacionalista. Por detrás, Fred financiaba esta carísima operación, al igual que haría con los dos únicos proyectos inmobiliarios de éxito del actual presidente: el Grand Hyatt (1980) y la Trump Tower (1983). Resultado: se consolida la ficción de que Trump es fuerte, inteligente y extraordinario. El monstruo ya está creado y, con el salto a los casinos de Atlantic City, quedará liberado del control directo de su padre. Es ahí cuando arranca la historia de inversiones ruinosas, de pésimas gestiones y de bancarrotas que le convierten en un rehén de los bancos, en un nombre franquiciado y en una estrella de “reality show”. En 2016, gana las presidenciales. Y al llevar a la Casa Blanca a ese hombre cuyo aprendizaje de la vida es que no importa lo que haga -porque él siempre saldrá adelante-, EE UU decide internarse en el abismo. Por la escueta ranura de las urnas.

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