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La democracia en el límite

Pierre Rosanvallon. WIKIPEDIA

Parafraseando la primera línea escrita por Marx en su Manifiesto comunista, bien puede decirse hoy que un fantasma recorre el mundo, el fantasma del populismo. El fenómeno está en plena expansión, aparece por doquier, se presenta con una cara distinta en cada lugar y deja huella. El aire del populismo se respira en todas partes. Difuso u organizado, movimiento, partido o régimen, de derechas o de izquierdas, su aspecto enigmático provoca inquietud y hace temer que sibilinamente consiga abrir una puerta de salida de la democracia. La alarma ha saltado allí donde los líderes populistas más nombrados han sido elevados al poder por los votos y pretender campar a sus anchas. La pujanza del populismo es razón suficiente para tomarlo en serio. Es lo que propone en su último libro Pierre Rosanvallon, que ha dedicado prácticamente toda su obra a hurgar en los problemas y las contradicciones internas de la democracia a partir de la experiencia histórica de su país, Francia. De ideas liberales de izquierdas, impulsor de diversas iniciativas cívicas para estimular una mayor implicación de los ciudadanos en la vida política, casi todas sus publicaciones están traducidas a nuestro idioma y han sido acogidos con creciente interés tanto en España como en Hispanoamérica.

Este libro es un primer esbozo de una teoría del populismo, necesaria, que el autor echa en falta a pesar de la inmensa bibliografía sobre el tema que se ha acumulado en los últimos años. Tal ingente producción, teórica y empírica, ha prestado una atención especial a la progresión electoral de los partidos populistas, pero peca, según el autor, de aproximarse al populismo con algunos prejuicios que le impiden comprender su verdadera naturaleza. A esta dificultad se añade el hecho de que la ideología populista no esté recogida en ninguna exposición sistemática, bien porque el populismo reúne una amalgama muy heterogénea de símbolos, postulados doctrinales y discursos, o simplemente porque los propios populistas no han sentido la necesidad de ordenar sus ideas en un corpus coherente y cerrado para aumentar la eficacia de su acción política.

El libro expone una definición, una historia y un cuestionamiento del populismo, para concluir con una propuesta. En el primer apartado se recogen los principios y rasgos que tienen en común todos los populismos, entre los que se citan una concepción unificadora del pueblo, la defensa de la soberanía nacional, una relación del poder con los ciudadanos sin intermediarios y una actitud emocional hacia la política. Con la erudición histórica que suele exhibir en sus libros, Rosanvallon indaga brevemente en los antecedentes del populismo, que encuentra esparcidos por Francia desde la revolución de 1789, hasta llegar a Macron, en la Rusia rural del siglo XIX, en los Estados Unidos de hace un siglo y en el cono sudamericano de la segunda posguerra mundial y de las últimas décadas. En las páginas del libro se cita en varias ocasiones a Podemos y sus dos fundadores que siguen como políticos en activo, ejemplo de populismo de izquierdas. Rosanvallon sostiene que el populismo no es una patología de la democracia, sino parte de su historia. A su manera, dice, el populismo intenta dar respuesta a las carencias de la democracia. El populismo contiene una visión específica de la democracia, que difiere de la minimalista de Popper y Churchill, y de la esencialista de Marx, en proponer una relación directa del pueblo con el poder que prescinda de las instancias deliberativas, los controles judiciales, la prensa libre y plural, las autoridades independientes y cualquier otro tipo de intermediarios, y recurra de forma habitual al referéndum para tomar decisiones. Rosanvallon es consciente de que los populistas han tomado posiciones en el límite de la democracia y para conjurar el peligro que percibe por ese camino de acabar cayendo en una democratura, un autoritarismo con ropaje democrático, sugiere la idea de una democracia múltiple, ubicua, constante, que promueva las emociones políticas positivas, constructivas, y recupere la confianza en las instituciones representativas, el mejor antídoto contra las tentaciones autoritarias. El libro merece ser leído con el máximo interés. Rosanvallon conoce muy bien la historia de la democracia en Europa, hecha a base de ilusiones cumplidas y dolorosos fracasos. En sus reflexiones demuestra que siempre está dispuesto a correr riesgos. El título es una prueba. Cuando el presente siglo apenas ha consumido una quinta parte de su tiempo, y aunque en su transcurso se esperan cambios revolucionarios sin cesar, él decreta que será el siglo del populismo. Lo justifica en la página 18: para hacer una crítica en profundidad del populismo es preciso antes reconocerlo como la ideología ascendente del siglo XXI. En ese caso, viviremos en vilo el tiempo que nos quede.

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