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Cine

Mareado por el espacio-tiempo

Con Tenet, Christopher Nolan ha regresado a su género y tema favoritos, la ciencia ficción y el filón dramático del espacio-tiempo. Siendo visualmente apabullante, hay división de opiniones sobre su contenido

Desde su debut hace dos décadas (Following, 1999), Nolan mostró talento y personalidad en los apartados técnicos. Y una afición, que comienza a derivar en adicción, por los guiones muy enrevesados, comparables a origamis o cubos de Rubik.

Sin abarcar un abanico casi completo de géneros como hizo Kubrick, Nolan ha tocado asimismo varios palos: thriller (Following e Insomnio, 2002), drama psicológico (El truco final, 2006), drama histórico-bélico (Dunkerque, 2018), acción con superhéroes (Batman begins, 2005; las dos partes de El caballero oscuro, 2008 y 2012), drama amnésico (Memento, 2000)  y su favorito, ciencia ficción, (Origen, 2010; Interstellar, 2014; Tenet, 2020).

Un entretenido montaje de IMDB resume los elementos del sello Nolan: Mundos góticos reiterados aunque no omnipresentes, escenas de suspense acuático, manipulaciones del tiempo, hombres trajeados atormentados y conflictos humanos dicotómicos (orden frente a caos, sueños frente a realidad, identidad frente a autoengaño). También, como otros grandes directores, colaboradores de lujo aportan su grano al toque autorial, sobre todo en los últimos filmes: Hoyte van Hoytema en la impactante fotografía y Hans Zimmer con sus graves e inquietantes bandas sonoras (reemplazado por Ludwig Göransson en Tenet, con similar estilo).

Vamos con el fondo, los guiones. ¿Hay algo detrás de tanta pirueta? ¿Hay chicha, o es todo una brillantísima cortina de humo, como la de los magos de una de sus películas?

La división de opiniones no implica fustigamiento total. Nolan es muy habilidoso mezclando géneros y arrimándose a referentes muy identificables por la mayoría de espectadores. En Origen combinó un caos de sueños muy Philip K. Dick con un suspense arramblado de las películas de atracos. Interstellar deja un leve regusto (positivo) a 2001. Los apoyos del asesor científico Kim Thorne y de Jonathan Nolan (Westworld) como coguionista son equiparables al dúo Arthur C. Clarke - Kubrick.  

La asociación más inmediata que provoca Tenet es con Bond, James. Más exquisito y arriesgado, mucho más que en las películas firmadas por Sam Mendes. De hecho Nolan ha rechazado varias veces sumarse a esa franquicia. 

Si Origen es su versión muy personal de Rififí, Tenet es su 007. Los personajes son intercambiables, un agente de inteligencia capaz de tomar té en los restaurantes o clubes más exclusivos de Londres y poco después desarmar a unos imponentes matones, un desalmado oligarca ruso empecinado en hacer saltar el planeta por los aires, localizaciones exóticas, acción trepidante. La diferencia está en la ausencia de servilismo a una franquicia. El protagonista es de piel oscura, la banda sonora es anticomercial, al borde de lo enervante, hay multitud de guiños culturales y científicos (el palíndromo del título), y el maridaje con la ciencia ficción es sin concesiones. A Nolan le importa poco, o incluso lo busca, que el espectador se desnorte en los requiebros espacio temporales. La verosimilitud es otro esqueleto en el armario; igual que el tema, el mensaje, entre hueco e inexistente. 

Siendo mucho más arriesgada que los filmes del espía inglés, Tenet deja el mismo regusto. Una película de consumo rápido, ver y olvidar. Y deja además la sensación de que Nolan está tocando techo con su obsesión por acumular rizos narrativos y esquizofrenias identitarias. Su imagen de marca se está anquilosando, derivando a déjà vus con mínimas variaciones. ¿Para siempre? 

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