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Cine

Solo él fue Espartaco

Kirk Douglas fue uno de esos actores que no alcanzaron el calificativo extremo de mito. Todo lo contrario. Mantuvo siempre los pies en tierra, y, salvo por algún brote de ego, fue un ejemplo por su trabajado talento y su compromiso dentro y fuera de la pantalla

Solo él fue Espartaco

El grito “¡Yo soy Espartaco!” fue más que una línea de guion interpretada con toneladas de energía y convicción. 

Hijo de un eslavo judío (proveniente de la actual Bielorrusia) emigrado a finales del XIX, en cuanto le picó el mosquito del teatro y la actuación Issur Danielovitch cambió su nombre original a Kirk Douglas por un doble motivo, que fuera más ‘comercial’, y para esquivar el antisemitismo; más larvado en Estados Unidos que en Europa, pero presente igualmente.

Douglas asimiló en seguida que el teatro era una academia tanto o más que un trampolín hacia el cine e hizo los deberes, aprendiendo y puliendo su talento. Aprovechó además su físico, que el crítico inglés Peter Bradshaw define como masculinidad hiperreal por su barbilla prominente, granítica musculatura, mirada felina y sinuosa, grave, voz. Esa maleabilidad, y su inteligencia, le ayudaron a no encasillarse. Interpretó a tipos duros y vulnerables, héroes o villanos, sacando todos los matices a cada uno de ellos.

Su despegue en la gran pantalla fue rápido. Arrancó con interesantes papeles secundarios para directores destacados (El extraño amor de Marta Ivers de Lewis Milestone, Retorno al pasado de Tourneur o la deliciosa comedia Carta a tres esposas de Mankiewickz) y saltó a cabecera de cartel con el ímpetu del boxeador Midge Kelly en Ídolos de Barro. 

A partir de ahí se lo rifaron todos los grandes. En las siguientes décadas, con obras más o menos destacadas, trabajó a las ordenes de Kubrick, Minelli, Walsh, Curtiz, Sturges, Vidor, Dmytrik, Kazan, Huston, Preminger, Mann, Donen, Clement, De Palma, Frankenheimer… Y se autodirigió en sus dos únicos escarceos tras la cámara, las perdonables Pata de palo (1973) y Posse (1975).

Mejor fortuna tuvo doblando en su faceta de productor. Aunque se excluyera de los títulos muchas veces, contribuyó a que salieran adelante dos de las películas que le dieron más fama (Espartaco y Senderos de gloria, ambas de Kubrick) y otras interesantes como Grand Prix de Frankenheimer.

Esa labor está asociada al único, pequeño, borrón en su biografía. La insistencia en adjudicarse, él solito, el fin de la Caza de brujas. Si bien es cierto que Espartaco fue la primera película firmada por Dalton Trumbo sin seudónimo, se rodó al mismo tiempo que Éxodo de Otto Preminger, el cual peleó con la misma intensidad que Douglas por restaurar el honor del guionista. Las malas lenguas insinúan además que en esos años oscuros Bryna, la productora de Douglas, contrató solo a escritores represaliados porque cobraban menos.

Ese renuncio demuestra que su ego no estaba tan domado como hizo creer en sus memorias. Sin embargo su labor humanitaria (ayudó a Jimmy Carter en los años setenta a intentar calmar el conflicto de Oriente Medio) fue sincera. Y como actor sigue mereciendo todos los superlativos que ha recibido. Sus mejores actuaciones son inmunes al paso del tiempo: Espartaco, El gran carnaval, Senderos de gloria, El loco del pelo rojo, Cautivos del mal, los westerns Los valientes andan solos o Duelo de titanes y muchas más.

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