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Margaret Atwood

Utopía, distopía o ficción especulativa

Acaba de publicar Los testamentos, la segunda parte de El cuento de la criada, aunque todavía sigue vigente el retrato que en Por último, el corazón hace de los males sociales seculares, sin esperanza de solución

Margaret Atwood.

Es significativo que la autora canadiense Margaret Atwood (Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2008) haya optado por incluir en su obra tanto novelas de trama "realista" como distopías. Atwood siempre ha tratado temas contemporáneos al momento de escribir cada una de sus obras y ha creado personajes imperecederos en la historia de la literatura universal; el racismo, el feminismo, los desórdenes alimenticios, la perversidad innata y la soledad forzosa han sido algunos de los asuntos que ha inscrito magistralmente para la posteridad. Cuando dedica su atención a codificar como distopía la sociedad contemporánea, quienes le leemos podemos echarnos a temblar, dada la crítica aguda y certera con que nos observa.

Las utopías describen mundos ideales, perfectamente organizados, para conseguir el bienestar de la ciudadanía. Pero no pueden disfrazar el hecho de que, para ello, una buena parte de las personas implicadas han de sacrificar su libre albedrío, su individualidad, y trabajar en situación de cuasi esclavitud; que las programen para ser felices desempeñando las tareas más ingratas de la sociedad, como sucede en Un mundo feliz (1932) del británico Aldous Huxley, no deduce ni una iota de su sometimiento al sistema. Cuando consideramos las utopías desde el punto de vista de las personas subordinadas se convierten automáticamente en distopías, mundos que necesitan de una mano férrea y deshumanizada que los dirija y de un cuerpo de guardia no empático que espíe, denuncie y corrija cualquier desviación del sistema, como en 1984 (1948) de George Orwell. Margaret Atwood se inclina, ante esta disyuntiva, por una etiqueta más neutral, la de "ficción especulativa", que permite la denuncia de los abusos de nuestra sociedad capitalista por medio de una exageración de baja intensidad de lo que sucede en muchas partes de occidente. Así, el mundo en que sobrevive la pareja protagonista de Por último, el corazón, en los primeros capítulos, es fácilmente reconocible (y temido) hoy en día: una pareja joven, ambos con un buen trabajo, compra una casa y un coche y piensa en tener hijos, pero en pocos meses pierden su empleo, no pueden pagar la hipoteca y se ven reducidos a vivir en el coche, acosados por otras personas devenidas también en pobres y que no cuentan ni siquiera con un vehículo en el que refugiarse. El sentimiento de vulnerabilidad, el miedo a un entorno crecientemente violento, el abandono de toda esperanza respecto al futuro y la urgencia psicológica de los pequeños placeres perdidos (una toalla limpia, una ducha templada, estirarse a dormir entre sábanas suaves) convierten a Stan y Charmaine en dos personas dispuestas a creer a cualquiera que les ofrezca una vida "normal" y protección y se dejan embarcar en el camino sin retorno del Proyecto Positrón. Entendemos perfectamente su opción, porque Atwood nos ha mostrado una posibilidad real de nuestro futuro, posibilidad que ya hemos visto materializarse con demasiada frecuencia en nuestras calles y en las noticias de los medios de comunicación. El mundo del Proyecto Positrón tiene dos espacios diferenciados: el propio penal de Positrón, donde la gente trabaja medio año en meses intermitentes, para poder vivir su sueño de clase media protegida los otros seis meses en la ciudad extramuros de la cárcel, que recibe el nombre de Consiliencia, una fusión de las palabras "concesión" y "resiliencia"; es decir, un lugar donde la gente está dispuesta a adaptarse a las exigencias de un poder organizativo desconocido que les mueve a su antojo para que el proyecto sea rentable para sus promotores.

Como su título indica, la desobediencia, la curiosidad y la osadía se pagan con la muerte. Pero también alude el título a un tema favorito de la autora: el deseo que obnubila la razón y el sexo que prescinde de la lógica, que complica la vida aburrida, pero segura, de Charmaine. La tercera parte de la novela es una mezcla de todos los temas, donde la mecanización de la industria sexual, totalmente entregada a la consecución de dinero en abundancia, da lugar a la carnivalización de la sociedad y a la degradación de los seres humanos. El paso por Consiliencia / Positrón no ha mejorado la situación inicial, sino que ha insistido una vez más en que el bienestar de unos pocos se sustenta sobre la humillación y el miedo de otros muchos.

Por último, el corazón es otra llamada a la cordura y una invitación a la reflexión; es una fotografía literaria de las muchas que jalonan la huida hacia adelante de un mundo desnortado, atrapado entre "la corrupción y la avaricia" más o menos anónimas y el corazón desbocado de quienes las padecen en toda su intensidad.

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