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Cine

Leña a la estatuilla

En anteriores ediciones de los Óscars, las nominaciones provocaban bastantes aplausos aduladores y escasos murmullos por omisiones o prejuicios. Este año, esos prejuicios han sido más patentes que nunca, con perceptible tufo patriarcal y xenófobo

Leña a la estatuilla

El problema de los Oscars es de raíz, está en su propio ADN. Todas las asociaciones gremiales, por muchas declaraciones de buenas intenciones que hagan, acaban cediendo al proteccionismo, a los gustos (filias y fobias) de la mayoría de sus miembros. Por la expansión de Hollywood tras la II Guerra Mundial, esos premios se han convertido en el equivalente a las medallas de oro olímpicas; y su asociación, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMPAS en inglés), el Comité Olímpico.

Para conceder sus premios anuales hacen una primera selección entre los miembros de cada categoría (directores, guionistas, actores, etc) de la cual salen los nominados. Y esos nominados los votan todos los de todas las categorías. Para llamar su atención las productoras hacen campañas específicas de marketing, en las fechas de esa votaciones (otoño) y promocionando las que consideran más 'oscarizables'.

En 2012, un 94% de los miembros de la academia eran de raza caucásica, un 77% varones y un 80% mayores de 50 años. Eso explica que solo una mujer haya obtenido el Oscar a la mejor dirección (Kathryn Bigelow en 2008 por En tierra hostil). Desde 2016 la academia se ha conjurado para admitir a más miembros de otras etnias y sexo femenino, pero es un proceso lento.

Esa película, además lleva a otro de los focos de la polémica. Esos miembros de la academia, por ser mayoritariamente varones blancos y con sus añitos, tienen una idea algo anticuada de lo que es una película 'prestigiosa' merecedora del premio gordo de Hollywood. Sólo revisando la última década se advierte que debe cumplir dos requisitos: ser un drama con protagonista masculino y una mínima dosis de violencia. La película de Bigelow satisfizo esos tres requisitos. Moonlight, la ganadora hace dos años, parecía un ejemplo de ruptura por su temática (homosexualidad en afroamericanos) pero cumple igualmente al ser un drama masculino. Ídem con Green Book el año pasado. La forma del agua (Oscar en 2018) si fue una excepción, drama, sí, con protagonista femenina y director latino.

Las nominaciones de este año vuelven a la querencia de la mayoría, con soldados, mafiosos o un incel (el misógino Joker) entre los más nominados. Dejar fuera de la parrilla de directores a Greta Gerwig después de nominar su Mujercitas a 6 Oscars importantes ha parecido un insulto. Ella sin embargo se lo ha tomado con deportividad. En varias entrevistas ha recalcado que el ascenso de las mujeres en distintos estamentos del gremio (directoras, guionistas y productoras y profesiones más técnicas) es una tendencia que va a más y por ello más pronto que tarde aumentarán los premios. Eso sí, si no dejan de presionar como, verbigracia, las promotoras del hashtag #OscarsSoWhite. También es esperanzador el recibimiento a la consensuada mejor película del año, la surcoreana Parásitos, con seis nominaciones, no solo a la mejor película no inglesa.

Ese filme ganó la Palma de Oro en Cannes. El palmarés de ese festival, y los de Berlín y Venecia, sirven de contrapunto al minifundismo de Hollywood. Al cambiar cada año los miembros de sus jurados, sus premios mantienen una constante de cribar el talento sin distinguir nacionalidades, sexos o temas. Hollywood va por detrás. ¿Corregirá el rumbo como espera Gerwig o permanecerá en su prístina polotrona?

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