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Miscelánea

El mundo cuesta arriba

El hombre solitario de Murakami, la odisea de inventar el alfabeto manual y una fábula migratòria

El mundo cuesta arriba

Incomunicación. Rechazo. Inevitablemente, soledad. La soledad cosmopolita del individuo perdido entre millones de personas con las que solo intercambia ruidos rituales que embridan el instinto asesino. O la soledad de aquellos cuyo cuerpo dañado es más frontera que vía franca. Y también la soledad de los apestados errantes. Tres modos de exclusión que alimentan otros tantos libros ilustrados, concebidos en tres continentes.

Perdido en la ciudad. En 1990 Haruki Murakami, el narrador japonés más occidentalizado, publicó el relato Tony Takitani, que ahora se presenta ilustrado por el barcelonés Ignasi Font. Hijo de un trombonista de jazz, Takitani lleva la soledad en los genes, a juzgar por las aventuras de su padre en China durante la guerra mundial. Así que, con el músico de interminable gira y la gente atacándole por un nombre de resonancia invasora, no resulta extraño verle adaptarse a una vida autosuficiente. Hasta que, siendo ya un ilustrador treintañero, siempre ensimismado, entra en escena el principio femenino y el relato explora insospechados vericuetos.

La barrera sensorial. La reconocida ilustradora Ana Juan, que ya en 1995 vio uno de sus trabajos en la portada de The New Yorker, ha dispuesto una paleta de inquietantes claroscuros al servicio de una historia de tinieblas acaecida a finales del siglo XIX. Un milagro para Helen relata los esfuerzos de la institutriz Anne Sullivan por comunicarse con Helen Keller, una niña sordociega a la que el aislamiento ha vuelto una furia. El resultado fue la invención del alfabeto manual, en el que los dedos dibujan palabras sobre la palma de la mano. Ana Juan da forma a la odisea en una sucesión de estampas que conmueven por partida doble.

El muro. El título Migrantes deja poco resquicio a las explicaciones. En todo caso, para ensordecidos por voces de insania, son esos 70 millones de personas que, ahora mismo, deambulan en pos de un sitio donde caer y no morir, a la vez que sirven de involuntario reclamo a quienes buscan votos, poltronas y fondos públicos para perpetuar, una generación más, la tradición de vivir del sufrimiento ajeno. La peruana recalada en Barcelona Issa Watanabe, dotada por el destino de mucho más gráciles habilidades, ha imaginado un grupo de animales de numerosas especies que huyen de un bosque arrasado. Con un dibujo y una paleta cromática que dejan el ojo pegado al papel, Watanabe narra la infamia en un volumen sin palabras que hasta se puede explicar a los niños.

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