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Peter Handke

"No tengo nada que decir, por eso escribo"

El Nobel de este año desprecia el argumento, los géneros, la amenidad y la lógica práctica

Peter Handke.

Peter Handke (Austria, 1942), Premio Nobel de Literatura 2019 desde hace unas semanas, no creo que sucumba fácilmente al protagonismo que le brindará una tribuna de tal calibre. Existe para él una gran diferencia entre hablar y escribir. De hecho, su hablar en público suele ser críptico, como a regañadientes, con cierta ambigüedad entre la timidez y el desinterés. Imagino que le pondría de los nervios recibir una enhorabuena de globitos centelleantes en Facebook, si tuviera, que seguro que no. Su rompedora intervención en el Congreso del Grupo 47 a mediados de los sesenta fue una carta de presentación cuya ruta no ha variado ni un ápice, al menos hasta el jueves pasado. En aquella ocasión, un joven de apenas 24 años se enfrentaba con una sonrisa desafiante a toda la vieja guardia de la literatura alemana mediante una severa impugnación tanto de la literatura politizada como de la figura del escritor comprometido. Vino a decirles que en la literatura alemana coetánea era prácticamente imposible encontrar una descripción que mereciera tal nombre: "No me levanto contra los acontecimientos o contra la Historia. Tomo partido por las cosas". Esa mirada empeñada en estar cerca de las cosas, y en darse un rodeo por los contornos donde ocurren, le trajo más de un malentendido, como toda la furiosa polémica levantada a raíz de su apoyo a los serbios en la guerra de los Balcanes, un asunto lleno de juicios precipitados, de errores de lectura y en la que las razones de uno y otro lado, si las hubo, se dejaron oír poco entre tanto barullo.

Vinculada con España a través de unos cuantos libros en los que deja testimonio de sus prolongadas estancias en Ávila, Soria o Linares, la escritura de Peter Handke desprecia el argumento, los géneros, la amenidad, la lógica práctica. De algún modo, su escritura narra la propia pasión de escribir, pero también el fundido inseparable entre esa pasión y la de vivir, como ha dicho Miguel Casado. No importa la materia del relato, sino estar al acecho de cada uno de los instantes singulares cuyo latido tiene la forma inconfundible de una frase. Libros como Poema a la duración, El peso del mundo, Historia del lápiz, La tarde de un escritor, El año que pasé en bahía de nadie o El momento de la sensación verdadera son buenos ejemplos de ello.

A través de la actitud de sus personajes, Handke revela aquel estado de "reposada atención" acuñado por Goethe. Otros libros más narrativos, como Desgracia impeorable, El miedo del portero ante el penalti, El chino del dolor, La repetición, Lento regreso o En una noche oscura salí de mi casa sosegada, nunca adoptan los esquemas convencionales de la novela porque evidencian un deseo de dar cuenta de un sentido del tiempo apartado del tiempo social. La clave de ese desvío es el concepto de "duración" ideado por Bergson: "La forma que toma la sucesión de nuestros estados de conciencia cuando nuestro yo se deja vivir". No existe en su caso una línea de sentido predeterminada, su voz narrativa se libera a través de las imágenes. Handke ha definido en alguna ocasión la literatura como aquello que le vuelve consciente de una posibilidad de realidad todavía no pensada. Una nueva posibilidad de mirar, de hablar, de pensar, de existir. En definitiva, un acto de descubrir los lugares no ocupados todavía por el sentido. Sus libros rebosan de descripciones espaciales, el espacio se convierte en lo que está por pensar. En ese cúmulo de espacios, los personajes de Handke reflexionan sin cesar acerca de ellos mismos, pero lo hacen mirando hacia fuera.

Ya en un libro temprano como Historia del lápiz, imagina una epopeya compuesta de una especie de haikus que, sin embargo, no puedan reconocerse como piezas individuales: "Sin argumento, sin intriga, sin dramatismo y, no obstante, narrativa: no se me ocurre nada más sublime". Aunque ahora suene raro decir esto, el propio autor es muy consciente de que así está condenado al fracaso. No creo que la concesión del Nobel le desvíe mucho de ese pensamiento. Sus libros repelen una lectura unidireccional. El lector atraído por el relato conciso y continuo de representación realista puede sentir que le están tomando el pelo. No es así, obviamente. Pocos autores, muy pocos, son tan respetuosos con el lector como Handke. Su obcecación, porque al final su literatura es eso, una obcecación, procede de un sentimiento poético del mundo, tanto lírico como épico. Su tarea es nombrar, ir nombrando a cada paso. Nombrar, describir, narrar. Por desgracia, vivimos este mundo de una forma muy diferente a la suya. La subjetividad se nos diluye hoy en los dispositivos que llevamos como apéndice. No es su caso. Para Handke, leer es una experiencia de sí mismo. El lápiz, un puente que conduce a casa. El suyo es otro "tempo" ajeno a esta felicidad obligatoria en la que vivimos. Un hombre enamorado de la melancolía ajena. Seguirá a lo suyo, como Bob Dylan. Pero que le hayan dado el Nobel es una fiesta para todos nosotros, sus lectores.

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