Diario de Mallorca

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Mundos interiores, apariencias y entresijos

Una aproximación a Todos los naufragios, de Laura Castañón

Laura Castañón.

La nómina de narradoras asturianas no deja de crecer. Este mes publica Laura Castañón su tercera novela, Todos los naufragios, que sigue a Dejar las cosas en sus días, publicada en 2013, y La noche que no paró de llover, de 2017. Todos los naufragios está situada en Gijón y sus alrededores y constituye una saga familiar, rodeada de personajes necesarios pero individualizados, que recorre la historia y el desarrollo de la ciudad, de la zona rural y de nuestro país.

La novela comienza con la Guerra de Cuba y termina seis décadas después. Así que, con los ecos del crack de 1929 y de la II Guerra Mundial, los personajes viven sus glorias y sus miserias cotidianas, cargadas de esperanza y de desamparo, atendiendo a la política nacional, a los aires revolucionarios e intelectuales que vienen de Francia, a las vicisitudes de ultramar y, más pronto que tarde, sufriendo los avatares de la Revolución de 1934, la Guerra Civil y la incivil postguerra. Me dirán que este es un tema recurrente tanto en la literatura como en el cine, y es verdad, pero no hay dos experiencias iguales cuando se individualiza a quienes las viven, y esta diferencia es la que constituye la materia de la que está hecha la literatura y el arte en general. No es lo mismo leer una crónica histórica, con su descripción ordenada y ensamblada de los hechos, que vivir desde dentro de cada personaje cómo va desarrollando su percepción de lo que acontece, cómo asume lo que le sucede y cómo gestiona la herencia cultural recibida. Por eso Todos los naufragios nos atrapa, porque la suerte de los personajes se convierte en nuestra suerte y, a medida que avanzamos en sus seiscientas páginas, nos involucramos más y más en la complejidad de sus vidas sencillas. Ninguno aspira a más que a vivir tranquilamente: Flora, la maestra, quiere enseñar, la mujer joven, Vanda, quiere que un mozo se fije en ella para casarse, don Clemenciano solo quiere que sus feligreses sigan el camino que él les traza, y así sucesivamente. Pero "nadie es una isla", según Hobbes, y "lo personal es político" y "lo político es personal", si atendemos a Kate Millett y a quienes le siguieron, así que su propia trayectoria y las decisiones tomadas en los estrados del Parlamento y en las cocinas de las conspiraciones acaban refractando las vidas de estos personajes que nos tocan ya muy de cerca. Hasta tal punto sentimos que les comprendemos, que hasta quienes son, indudablemente, perversos y dañinos para su entorno, como el mencionado Don Clemenciano y Estanislao Pastor, nos acaban cayendo moderadamente bien. En una novela de esta envergadura hay lugar a historias de superación personal, a intrigas amorosas, a amores despechados, a amores fraternales y a muchos desamores. Hay mujeres en busca de sus hijos, perdidos por decisiones juveniles de muy distinto signo, como muy distintas eran sus culturas y sus épocas. Hay esposas abnegadas, esposas silenciadas y esposas volcadas con las opiniones de sus maridos, y está Merceditas, esposa y madre, con aspiraciones sociales y una continua lucha interna, producto de habérsele frustrado lo que, como esposa de médico que es, parecía un futuro fácil y prometedor.

Es difícil seguir contando sin desvelar circunstancias que merecen el placer de ser halladas en la lectura (es decir, sin hacer "spoilers"), así que dejo el camino libre para que encuentren satisfacción en los mundos literarios que con tanto trabajo, determinación y capacidad creativa nos ofrece Laura Castañón.

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