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Cine y memoria

Claude Lelouch y la vívida reconstrucción del recuerdo en Los años más bellos de una vida

Claude Lelouch. wikipedia

Cine

Hay algunos críticos a quien la última película de Claude Lelouch -Los años más bellos de una vida- les ha dejado "fríos" y otros que no hablan sino de una historia de recuperación del tiempo perdido. Yo solo he visto tres películas de Lelouch: Un hombre y una mujer (1966), La Aventura es la aventura (1972), con la que me reí a mandíbla batiente con las actuaciones de Lino Ventura y Jacques Brel, y la que se acaba de estrenar. Todas me han dado que pensar y que sentir. Yo creo que esta última se trata de una película minimalista para los amantes del cine francés y, por qué no, del cine en general ya que todo en ella depende de la memoria, la de los personajes y la nuestra. Los protagonistas vivieron su aventura amorosa y, después de cincuenta y pico años, se vuelven a encontrar no tanto para rememorar el pasado (aunque eso también) como para vivir intensamente y dentro de sus limitaciones el tiempo que les quede. No en valde el título hace referencia directa a una cita de Victor Hugo: "Los años más bellos de una vida son los que están por vivir".

Lelouch opta por contarnos esta historia con una mezcla de flash-backs de la película primigenia y de la materialización fílmica de los sueños del protagonista, un Jean Louis Trintignant octogenario con problemas de memoria. En esta combinación de hechos del pasado y fantasías oníricas, repasamos escenas inolvidables (si nuestra memoria funciona, claro está) del cine francés: L'Atalante, de Jean Vigo, A bout de souffle, de Jean Luc Godard, Le 400 coups, de François Truffaut, y probablemente muchas otras que ahora se me escapan. Anouk Aimée conserva su belleza y esa manera de infra-actuar tan típica del mejor cine francés. Son sus gestos y sus miradas los que hablan de sus emociones y sus ganas de vivir al lado de quien fue el amor de su vida. Como en el caso de la Nouvelle Vague, París tiene una presencia importante como referente. Lelouch nos invita a hacer o volver a hacer un recorrido de sus calles en la madrugada con un coche que va a toda velocidad saltándose todos los semáforos quizás como metáfora visual de la pasión amorosa, quizás como metáfora del propio cine que, por su propia naturaleza, acorta distancias en el tiempo y en el espacio. La inmensa playa y el paseo de madera de Deauville no podían faltar, no solo por y para recordar la primera película sino también como evocación de las muchas veces que un personaje acaba en una playa del mismo estilo en busca de horizontes infinitos cuando no sabe si tiene adónde ir.

Para Claude Lelouch, y esto es lo que creo que nos cuenta en esta película, la memoria no es una cuestión de recordar datos sino de ser capaz de imaginar cinemáticamente: traer al presente lo que está ausente de una manera profunda y vitalmente creativa; y le da una vuelta de tuerca materializando en dos cuerpos vivos un amor humanísimo en el aquí y ahora.

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