Allá por los años sesenta del pasado siglo (¿de verdad existieron o lo he soñado?) un célebre semiótico planteaba en un libro rompedor, Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, un dilema que tuvo notable impacto entre los jóvenes: la cultura, ese ídolo que ha sustituido a los misterios sagrados de la religión, ¿es un producto de las elites o existe también una cultura de las masas? Y entiéndase que Umberto Eco -pues de él se trata, aunque en Valencia nos lo presentaron en cierto congreso de infausto recuerdo como el que se interesaba por si los chinos usan papel higiénico- no oponía la cultura elitista a la popular. Las élites -los escritores, los pintores, los compositores- salen del pueblo y muchas veces se inspiran en motivos populares. A lo que se refería con cultura de masas era a la televisión, a los comics, al rock, implícitamente hasta a los videojuegos, que no existían en su época€, en definitiva a productos de consumo masivo (de ahí lo de las masas) que estaban modelando el imaginario social. La razón del irresistible atractivo que sus protagonistas ejercían sobre nosotros era que los sentíamos más próximos a nuestros sueños y a nuestros deseos, preferíamos vernos en el espejo de Superman antes que en el de Werther, tararear a los Beatles con preferencia sobre Maria Callas. En cualquier caso, la actitud de la masa consumidora era pasiva: el héroe y la heroína, inalcanzables, estaban enfrente.

Pero héteme aquí que, de repente, la cultura de masas consiste en una explosión de adrenalina. Un buen día quieres entrar en la ciudad y la policía municipal te desvía implacablemente una y otra vez, con lo que te pasas un par de horas para llegar a tu casa. ¿La razón?: el cierre de las principales avenidas porque una carrera popular -una maratón, un trail, el nombre es lo de menos- ha convertido la ciudad de todos en el capricho de algunos. ¿Se trata de algo excepcional? Pues según y cómo se mire. La gente que participa en estos festejos es bastante numerosa, así que no son actividades minoritarias. Tampoco se puede decir que estas cosas ocurran una vez al año. Al contrario, al ritmo que vamos lo raro será que no haya algo cortado ad usum ludicorumtodos los días.

Se está pasando varios pueblos -me advierte un lector bienintencionado. ¿A quién se le ocurre quejarse de una actividad popular que encima protege el medio ambiente y favorece la salud? Pues sí, reconozco mi pecado, aunque no sé hasta qué punto protege el medio ambiente la alfombra de botellas de plástico vacías que queda para entretenimiento de los basureros (y basureras) ni si el esfuerzo que supone correr estas distancias es bueno para todos los participantes. En cualquier caso solo me gustaría apuntar modestamente que si el itinerario transcurriese por el viejo cauce del Turia no habría que cortar ninguna calle y encima los corredores respirarían un aire mejor. ¡Hasta ahí podíamos llegar! -me espeta mi paciente lector: ¿pero no ve que de lo que se trata es de lucirse con el equipo de colorines y todos los aderezos tecnológicos que lo acompañan?

Acabáramos. O sea que la nueva cultura de masas consiste en lo de siempre, en exhibirte para que los demás te vean y sientan envidia. Ahora lo entiendo, viene a ser como los antiguos desfiles del domingo de Ramos con sus palmas trenzadas llenas de chuches, en los que se notaba qué niñ@ venía de casa bien, como ahora se nota en la calidad del podómetro de los corredores, O como las Fallas, que no es lo mismo participar vestido de fallero o fallera que hacerlo a pelo. Pues, ¿saben lo que les digo?: que me quedo con nuestro patrimonio de la humanidad, el cual, por lo menos, tiene un calendario fijo, aunque durar, lo que se dice durar, dura un montón, que uno se pasa casi un mes sorteando vallas y con las calles imposibles. Y lo que te rondaré, morena. Todo sea por la cultura de masas.