Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Novelar el nazismo

Los últimos años de Mengele, el cochero del diablo

Olivier Guez novela el final de una de las encarnaciones de la terrible aberración del nazismo

Los últimos años de Mengele, el cochero del diablo

Ahí está. Josef Mengele, alemán del 1911, muerto ahogado en la playa brasileña de Bertioga a punto de cumplir los 68 años. Capitán médico de las SS nazis, antropólogo y asesino en serie de miles y miles de seres humanos, a los que no dudó en torturar, mutilar y someter a indescriptibles, por atroces, experimentos en sus delirantes ensayos criminales para buscar la esencia, la pureza o el demonio sabrá qué de la raza aria. En el campo de concentración de Auschwitz, recibía y seleccionaba en lo alto de una rampa a los millares de desdichados judíos, gitanos, homosexuales y enemigos políticos que descendían de los trenes de la muerte. Un solo gesto de la mano -a la izquierda, a la derecha- de esta alimaña psicópata indicaba el camino a la muerte inmediata (en las cámaras de gas) o la muerte aplazada (en trabajo esclavista hasta la consunción). Mientras determinaba como un dios el destino de los prisioneros, solía silbar entre dientes algún aire operístico: era muy aficionado.

Lo detuvieron en 1945, al poco de terminar la 2ª Guerra Mundial, pero el papeleo y el barullo de aquel entonces lo dejaron libre. Espantado por la posibilidad de que lo capturasen los soviéticos, fue huyendo por Europa hasta que se embarcó para la Argentina, vía Génova, en el verano del 49. Allí vivió como un pachá (título de la primera parte de la novela que comento) e incluso se permitió una excursión a Alemania para visitar a la familia. Lo protegía la red de criminales nazis urdida con la aquiescencia y complacencia del general Perón. Pero el panorama internacional fue cambiando y tuvo que huir al Paraguay diez años más tarde. Empezó a vivir como una rata (segunda parte del libro) aunque no sin los buenos ingresos que la empresa familiar de maquinaria agrícola le reportaba. Lo persiguen los cazanazis como Simon Wiesenthal, las autoridades de su propio país de origen y el Mosad, que planea una tacada de secuestro redondo llevándose a Israel a Eichmann y a Mengele. Así que se transforma en un fantasma (tercera parte) que se instala en el Brasil en 1960, acogido por una familia húngara a la que solo dará problemas. Sufre infartos, infecciones y acabará perdiendo la vida mientras se daba un baño. Supongo que no llevaba consigo la Cruz de Hierro que le habían otorgado por sus abominaciones.

Con todo detalle cuenta estos años postreros Olivier Guez (1974), ensayista, guionista, novelista y periodista francés de sólida instrucción: véanse las fuentes y la bibliografía que ha usado. Ganó con esta novela el premio "Renaudot", galardón de origen pintoresco. En los años 20 del XX, el grupo de periodistas que aguardaba en una café parisino la proclamación del ganador del "Goncourt" se aburría soberanamente. Alguien decidió entonces entretener la espera creando un premio literario, un "subgoncourt", digamos. Sin dotación económica: no olvidemos que el otro certamen tiene una magnífica bolsa . Así que todos los años los franceses aficionados a la lectura de ficción se nutren en un solo día con el "Goncourt" y el "Renaudot". Y el escritor que gane cualquiera de los dos se cubre de gloria y de dinero por derechos de autoría, ya que no de dinero directo. A lo que vamos. Guez se mete en la cabeza de un Mengele nada arrepentido, pues todo se confabula contra su benemérita actividad: "Ha luchado en Auschwitz contra la desintegración y los enemigos internos, los homosexuales y los asociales; contra los judíos, esos microbios que desde hace milenios llevan a la derrota de la humanidad nórdica: había que erradicarlos por todos los medios. Ha actuado como un hombre moral. Poniendo todas sus fuerzas al servicio de la pureza y del desarrollo de la fuerza creativa de la sangre aria, ha cumplido con su deber como miembro de las SS". Es "el infatigable dandi caníbal" como lo llama Guez, "el príncipe de las tinieblas europeas" caído en el oprobio: "Helo aquí sentenciado a la maldición de Caín, el primer asesino de la humanidad: errante y fugitivo en la Tierra, aquel que lo encuentre lo matará". Sin embargo, ni los horrores contados por su ayudante Nyiszli detienen su locura paranoica: "Él había tenido el valor de eliminar la enfermedad eliminando a los enfermos". Pero cuando llega 1967, "temblando de frío e impotencia, presiente que ha perdido, no entiende ya nada de un mundo que se le escapa y al que ya no pertenece, un mundo que lo ha expulsado". El gran monstruo "está pagando el estrés, la soledad y las noches en blanco de los últimos años, el trabajo físico a pleno sol, las humillaciones y las peleas, las separaciones, el calor, la melancolía y la humedad, su corazón seco, su corazón atrofiado".

La lectura de esta caída de un dios criminal nos llenaría más aún de pavor si Guez no se empeñase de continuo en decirnos lo aberrante que era Mengele en vez de en mostrarnos lo aberrante que era Mengele. Mostrar y no decir. Escribir y no redactar. Sugerir y no señalar. Dejar que nos vaya invadiendo la sensación de vérnoslas con un repulsivo ser en lugar de jurarnos que nos las vemos con un repulsivo ser. La diferencia entre alta literatura y literatura a secas (o buena, como es el caso). Pero que era justo y necesario contarlo ¿quién lo duda?

Compartir el artículo

stats