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Silenciado en el cuarto oscuro de las ratas

Memoria y tortura en La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona, poderosa andanada de Alfons Cervera contra el olvido de los vencidos

Silenciado en el cuarto oscuro de las ratas

El 3 de julio de 1965, sábado, los Beatles, presentados por Torrebruno, tocaron doce canciones en la Monumental de Barcelona. Fueron 40 minutos de concierto -de "Twist and Shout" a "Long tall Sally- ante 18.000 personas, el triple de las que la víspera habían acudido a la plaza madrileña de Las Ventas.

Sin embargo, entre el gentío estaban ausentes dos jóvenes que aquel mismo día habían salido en un coche destartalado del pueblecito de Los Yesares, en la serranía valenciana. Cuando, ya en las inmediaciones de Barcelona, enfilaban las cerradas curvas del Garraf, la Policía les dio el alto y, por error, cambió su destino festivo por una larga sesión de tortura en las tétricas dependencias de la Vía Laietana. Sin saberlo, los guardianes de la dictadura estaban poniendo en marcha La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona (Piel de Zapa), la última novela de Alfons Cervera.

En realidad, Los Yesares es un territorio literario y es trasunto de Gestalgar, la localidad natal de Cervera (1947), quien ha situado allí la parte capital de su extensa obra narrativa, consagrada a devolver la palabra a los silenciados. Cervera arrancó muy pronto su empeño (1995, El color del crepúsculo), cuando al debate sobre la memoria histórica le faltaba casi una década para estallar, pese a que, ya por entonces, en los compases últimos del felipismo, se oían voces que señalaban la amnesia como el pecado más grave de la Transición. Vinieron después Maquis (1997), La noche inmóvil (1999), La sombra del cielo (2003) y Aquel invierno (2005) hasta completar una pentalogía, bautizada "Ciclo de la memoria", que hace cinco años fue agrupada en el volumen Las voces fugitivas.

Cervera tiene la poco glamurosa costumbre de dedicar más tiempo a escribir y batallar que a rondar los cenáculos literarios. No es extraño, pues, que su obra, edificada en un castellano roqueño de estirpe clásica, cincelado palabra a palabra con el tesón de un explorador del párafo que se descubre ante Miguel Espinosa y Rafael Chirbes, sea más celebrada por el lector de fondo y los investigadores de varios países que por las listas de éxitos y los grandes grupos editoriales. Pero como Cervera, que también jura cuando quiere por Ajmátova, Silvia Plath o Conrad, está hecho de la materia indesmayable de su prosa, a Las voces fugitivas le han crecido desde 2013 dos hermanos: Todo lejos (2014) y, ahora, La noche en que los Beatles...

Dedicada a la memoria de las tres víctimas inocentes del llamado "caso Almería", aquellos jóvenes torturados, asesinados y quemados en 1981 al ser tomados por los etarras que no eran, La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona tiene la tortura como eje conductor y como núcleo duro de su primera parte. La tortura, en todas las repugnantes modalidades perpetradas por la policía política franquista, se convierte en la pluma de Cervera en un retorcido alambre espinoso que, en su continuo ir y venir, arranca jirones de memoria a la víctima. Fragmentos de la vida en Los Yesares, entre mediados de los 40 y mediados de los 60, que añaden piezas a la detallada geografía física y humana que Cervera ha ido construyendo título a título y que son los únicos meteoros que pasan por la cabeza del torturado ante preguntas cuya respuesta ignora.

A decir verdad, el lector no podría estar seguro de lo ocurrido en las sórdidas dependencias policiales, salvo por el convencimiento bien fundado de que la crueldad funcionarial tiende a la repetición. Porque la voz narradora se refiere a la víctima en una segunda persona que, durante páginas, mantendrá, pista aquí, pista allá, la incógnita sobre el punto de vista que dirige el relato. Como quiera, pronto esa voz irá ampliando su campo en torno a dos ejes. En primer lugar, el del torturador jefe, trasunto -Cervera no lo dice, pero internet lo canta- del comisario Creix, ángel negro de la Laietana. Paradójicamente, Creix, compinche de Billy el Niño y tantos otros, fue uno de los primeros lastres que soltó el tardofranquismo cuando intuyó la necesidad de ir construyendo un nuevo olvido.

El segundo eje se despliega en el amplio abanico de la conocida como memoria histórica: el olvido más antiguo, el impuesto a los vencidos, contra el que sólo cabe la escritura sin equidistancia; el discurso de la victoria, construido con "palabras robadas impunemente al lenguaje de la derrota" y quintaesenciado en el Valle de los Caídos; el engaño de la Transición, empeñada en postular la reconciliación como principio de viaje cuando, en buena ley, sólo puede ser el final del trayecto, alcanzado una vez que las heridas, aireadas, no presenten ya riesgo de seguir manando sangre.

Sangre como la que, en uno de los jirones de memoria propiciados por la tortura, lleva a la víctima a asociar la que le cubre el cuerpo con la de cordero que solía cuajar su abuela en la olla para matar el hambre. E incluso, en un magistral quiebro irónico de Cervera, le tienta a imaginar la posibilidad de pedirle al comisario un poco de cebolla y laurel. Para condimentarla como hacía la abuela

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