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Un caleidoscopio neoyorquino

Xisca Homar teje un viaje físico, académico y emocional en su primer libro, Aigua d'alta mar

Xisca Homar.

Eclèctic Aprovecha la escritora y filósofa Xisca Homar (Alaró, 1985) una estancia en la neoyorquina Universidad de Columbia para replantearse su quehacer filosófico, elucubrando acerca de sus certezas existenciales, o acaso - en palabras suyas - "rarezas legítimas", hechos motivados por una tesis doctoral sobre el filósofo francés Michel Foucault. El libro, estructurado en forma de reflexiones domésticas (a "corazón abierto") y en que se entrecruzan los momentos vividos con los anclajes del pasado, supone un compendio de disquisiciones críticas sobre personajes históricos de la filosofía (Kant o Foucault, a modo de ejemplo), así como un recorrido sobre el concepto de tiempo, como sinónimo de memoria y de olvido, generado por una expectativa o historia en forma de mezcolanza, donde se aúna lo propio y lo proyectado.

El libro, el primero de Homar como escritora y cuyas imágenes incluidas en colores binarios (autoría de la propia Homar y de Cristina Blasco) infieren de otro significado al recorrido textual, suscita la cuestión de qué se piensa en el agua de alta mar, siendo palabras que inevitablemente responden a la altitud de un avión tras cruzar un océano, en este caso el Atlántico, así como al verso de la poetisa catalana Maria Mercè Marçal. En Aigua d'alta mar, aparecen varios personajes femeninos que entrelazan su destino y urden su propia huida. En este viaje físico y académico, aunque también retrospectivo (metaforizado cuando la narradora toma el asiento de ventana en el vuelto de retorno) y emocional -algo que podría perfectamente evocar al escritor francés Michel Onfray en lo referente a su teoría del viaje o, incluso, a la recurrente Ítaca de Konstantinos Cavafis-, se van añadiendo interpretaciones a medida que se relee el texto narrativo.

Mientras Homar recuerda el concepto de fuga de Foucault, quien intentaba incluso escapar de la filosofía, reconoce la escritora que la verdadera fuga es escapar de uno mismo, aun no sabiendo quien lee si es en solitario o con ayuda de un solenoide, como le ocurre al narrador innominado de la última novela del rumano Mircea Cartarescu. Con la música de fondo de Leonard Cohen, la autora, a pesar de tejer en el escenario figurado un recorrido caleidoscópico sensorial y de colores, se sincera diciendo que las rutinas la reclaman a una pronto, como quien entrega el mar como prenda.

Xisca Homar lee las calles, las fachadas de los edificios, las paredes, los portones, los mostradores, las pantallas, la luz, las fuentes, las escaleras de incendios, las salidas de agua y se aferra a la escritura, siendo la tinta la única fuerza que puede luchar contra el aleteo del tiempo. Con todo, quien escribe estas líneas espera nuevas entregas de esta narradora e invita a la lectura de sus futuras obras a quien ahora se asome a esta reseña.

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