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Cine

Apocalipsis bis

Fotograma de la película ´Apocalyse Now´.

El corazón de las tinieblas es una alabada novela corta de Joseph Conrad. Su obra maestra (en mi opinión) ex aequo con Lord Jim. Publicada por primera vez en 1899, surgió de la fuerte impresión que recibió Conrad en una visita al rio Congo. El expolio de los territorios del llamado entonces Congo belga, bajo la fusta del rey Leopoldo II, es uno de los episodios coloniales más cruentos e infames de la historia del colonialismo. La forma sutil de Conrad de reflejar ese horror fue inventarse a un colono que, río arriba, pierde la cabeza y se convierte en un desquiciado tirano local. El protagonista (Marlow en el libro, Willard en el filme) es encargado de ir a buscarle, sacarlo de ahí para cerrar esa página. El encuentro de ambos tiene ciertas reminiscencias con el de Stanley y Livingstone, pero a la inversa. Ninguno de los dos hombres se sienten héroes. El rescatador cumple a regañadientes el encargo de la empresa; el rescatado es consciente de que su aventura ha terminado. De fondo, más que el afán de latrocinio de los dirigentes, está la selva que minimiza, engulle al ser humano hasta aniquilarlo. El lamento final de Kurtz a punto de expirar en el barco de regreso es memorable. "El horror, el horror".

Quedémonos con los dos elementos clave: la selva y un hombre que pierde la cabeza y se vuelve sanguinario.

Kong - La isla calavera toma lo más superficial. Una isla en medio del océano con mucha selva, un río que se adentra en su interior, un jerifalte dominando el territorio interior y unos soldados atacándole con helicópteros. No suena, sería demasiado evidente, La cabalgata de las walkirias de Wagner desde unos altavoces aéreos. Sí algún tema de la Credence Clearwater revival para mantener el aire setentero. Por lo demás la película es tontorrona y con un mensaje subliminal inquietante: aunque el mono gigante es un tirano, protege a los humanos nativos de otros monstruos más violentos y descabezados. La justificación eterna de las dictaduras, una supuesta seguridad a cambio de muchísimos recortes de las libertades individuales.

La guerra del planeta de los simios no tiene un mensaje larvado tan reaccionario. Al contrario, propone una defensa de la convivencia entre especies. Es una propuesta muy tímida, muy desnatada por la maquinaria del espectáculo de Hollywood, pero menos es nada. De hecho, el título original es más sugestivo: la guerra por el planeta de los simios.

El vínculo de este filme con Apocalypse now está en el personaje del coronel (Woody Harrelson), mezclando a los dos coroneles del filme de Coppola, los interpretados por Marlon Brando y Robert Duvall. Es una apropiación, más que ilegal, indecente, burda. Aprovecha lo más físico de esos personajes (la cabeza rapada de Brando, las Ray-Ban anguladas de Duvall) e intenta recrear los monólogos del primero con un resultado (al menos para los fans de Conrad y Coppola) patético.

Vuelvo al gran referente. La idea de adaptar a Conrad al tiempo presente/reciente (la guerra de Vietnam) fue del director y guionista John Millius. Había intentado alistarse a esa guerra pero lo rechazaron por padecer asma. Por historias que recogió por un lado y otro, le pareció verosímil que un mando intermedio de una zona de combate remota perdiera el equilibrio mental y se convirtiera un violento caciquillo con ínfulas de semidios.

La preproducción y el rodaje tuvieron muchísimas peripecias. Lo importante es el fondo, el sustrato del filme que es lo que sigue manteniendo su vigencia. La locura de Kurtz no es espontánea y puntual. Tiene raíces en el propio concepto del colonialismo (pensar que los occidentales de raza blanca son superiores a los habitantes del planeta). Y a la violencia intrínseca del ser humano. Ahí cuelan menciones al poema La tierra baldía, de T. S. Eliot, y un clásico de la antropología y la religión, La rama dorada de J. G. Frazer. La locura de Kurtz no es total. No pierde la consciencia de su maldad. Y por ello, cuando van a buscarle siente alivio. Sus palabras de despedida, "El horror, el horror", transpiran reconocimiento de culpabilidad, impotencia, fatalidad. Equivalentes al suspiro con el que cierra el poema de Eliot. Por esa carga de profundidad, por ese paraguas de Conrad, Apocalypse now está, y seguirá, a años luz de espabilados imitadores.

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