Dietario

Reflejos de una vida desdichada

La escritora norteamericana Sylvia Plath.

La escritora norteamericana Sylvia Plath.

L. M. ALONSO

Hay artistas desdichados que la posteridad consagra. Algunos de ellos, como es el caso de la escritora bostoniana Sylvia Plath, se convierten, además, en una industria floreciente del libro. En el momento en que se quitó la vida en febrero de 1963, Plath había publicado únicamente un volumen de poemas, El Coloso (1960), y una novela autobiográfica, La campana de cristal, bajo el seudónimo de Victoria Lucas. Su segundo poemario, Ariel, vería la luz casi dos años más tarde. Con Collected Poems ganó el Premio Pulitzer en 1982, dos décadas después de su desaparición. El libro fue editado por Ted Hughes, el poeta británico que protagonizó junto a ella un polémico matrimonio que supo rentabilizar el resto de su carrera hasta el punto de que su última colección de poemas, un éxito de ventas, trataba de Plath y la incomprensión que la condujo dramáticamente al suicidio cuando apenas había cumplido los treinta años.

Sylvia Plath pasó a ser un mito romántico, igual que James Dean, Marilyn Monroe y otras figuras malogradas. Encarnó una especie de feminismo místico: el maltrato psicológico que sufrió por parte de su marido la hizo mártir a los ojos de muchos. Era una buena poeta pero había otros buenos poetas en el siglo XX con tránsitos menos peculiares que no fueron tomados de la misma manera en serio. No es un menoscabo hacia su enorme talento literario admitir que el mercadeo con su vida íntima en conflicto con los valores domésticos ha interesado a los lectores mitómanos mucho más que su propia obra. Las intimidades reflejadas en sus conmovedores y lúcidos diarios forman parte nuclear de su bibliografía. La edición completa de Karen V. Kukil, que abarca un período de vida dilatada, de julio de 1950 a 1962, desde los 18 años, cuando aún era estudiante de literatura inglesa hasta seis meses antes de morir, ha sido publicada ahora por Alba bajo la supervisión de Juan Antonio Montiel y una espléndida traducción de Elisenda Julibert. Respecto a las anteriores cuenta con nuevos pasajes: los dos cuadernos que el viudo y albacea de la escritora, Ted Hughes, había prohibido hacer públicos hasta 2013 revelan nuevos aspectos atormentados de la existencia de la autora que han dado pie a nuevas interpretaciones sobre ella.

En cualquier caso el interés por Plath no ha cejado: Otto, el padre, el hombre del saco; Aurelia, la madre; la precocidad y la autodestrucción; las averías y las descargas eléctricas; Cambridge, el Smith College, la poesía, el tumultuoso matrimonio; la enfermedad mental, y la terrible muerte de una mujer joven de gran talento que un día apoya la cabeza en el horno de la cocina y abre la espita del gas, mientras sus dos hijos duermen en la habitación de al lado, en el mismo piso londinense donde había vivido W. B. Yeats .

Las preguntas sin respuesta se suceden: nada de su vida, o de su muerte, parece resuelto más de medio siglo después del suicidio. Prevalece un enjambre de rencores y pleitos entre las familias Plath y Hughes, batallas legales entre los biógrafos rivales, los editores, etcétera. Sylvia Plath es un personaje literario sobre el que se han escrito al menos un centenar de libros, más del doble de los que hay publicados, por ejemplo, sobre su maestro inspirador de la poesía confesional Robert Lowell.

Los diarios, ahora al completo, son la prueba de que estamos ante una grafómana incansable que podía escribir de cualquier cosa en cualquier momento: resfriados, náuseas, calambres, una idílica luna de miel en Benidorm, o el derrumbe de su matrimonio. Intensas las descripciones del dolor juvenil tras su primer intento de suicidio; el encuentro y el posterior desencuentro con su marido que se entretiene con las alumnas, y la continua lucha interior de una mujer que quiere escribir y no sabe cómo liberarse de las tareas domésticas en un mundo que para ella ya estaba muerto sin que hubiera nacido el que deseaba para vivir. Como son tantas las páginas lo mejor es buscar los pasajes más líricos y estimulantes, suelen ser también los más fuertes. Leerlos poco a poco pero de modo rápido, igual que fueron escritos.

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