Cuando Pedro Pablo Alonso llegó a DIARIO de MALLORCA, le precedía -entre lectores- la fama del suplemento de letras del periódico asturiano La Nueva España. Un suplemento que entonces era de lectura obligada como lo eran los de El País o Diario16, cada uno en su estilo, cosa difícil en lo que aún se llamaba ´provincias´. Al poco tiempo de su llegada, Alonso, puso en marcha Bellver. Recuerdo que me consultó el nuevo nombre de la cabecera y le dije que no me convencía, algo así le dije: veinte años no son nada pero en ellos ya anida la carcoma. La ironía es que con el tiempo mi nombre sería Bellver en la corte del reino de Redonda, bajo la corona de Xavier I (o sea, el escritor Javier Marías).

Como la carcoma, una vez se instala, no abandona, el recuerdo no es a menudo fiable y este recuerdo poco fiable me evoca, al frente de Bellver, a Josep Joan Rosselló, a Carlos Garrido -que venían de atrás- y en los últimos y más extensos tiempos, a Francisco Rotger, que lo ha pilotado con escasos medios y una constancia encomiable. No es lo mismo llenar un periódico cada día -las noticias nos asedian sin parar- que un suplemento de cultura cada semana. En este nuevo período -con el regreso de Alonso- la sombra proyectada de La Nueva España, de algunos de sus colaboradores, se ha hecho notar cada semana. Economía de crisis, imagino, y política de Prensa Ibérica: también diversidad. Pero si tuviera que destacar las principales aportaciones de Bellver señalaría tres nombres: Nadal Suau, José Luis de Juan y Antoni Pizà. Ellos han sido los tres hallazgos -y su consolidación- de lo que antes de Bellver no estaba. O no era visible al menos. En estas páginas hemos visto hacerse a uno de los principales críticos literarios de la actualidad, JM Nadal Suau, que acabaría desembarcando en El Cultural de Berasategui y Azancot. Descubierto la compleja y enriquecedora visión del novelista De Juan acerca de la buena literatura. Y el afianzamiento de un crítico musical, tan lúcido como culto, bajo el nombre de Pizà -profesor de la City University de Nueva York-, que nos ha ilustrado a todos y sigue haciéndolo mejor que nadie. Sólo por estos tres nombres, Bellver ha de estar ligado para siempre al mundo de la cultura, como lo están y han de estarlo ellos hasta el final de sus días (y se supone que después). Escojo entre aquellos que han escrito prácticamente todas las semanas, descartando otros nombres impecables y entonces nuevos también -Daniel Capó o Pepe Vidal Valicourt, por ejemplo- cuya frecuencia ha sido mucho más esporádica. Y hasta aquí los laureles.

La pregunta, ahora, sería: ¿para qué sirve hoy un suplemento literario? O mejor: ¿sirve de algo un suplemento de cultura, o es sólo el testimonio de una manera tradicional de entenderla, incapaz de renovarse? ¿Reside su mérito, precisamente, en esa incapacidad, como si ésta fuera una efectiva arma de resistencia frente a la barbarie? ¿Se leen aún los suplementos de cultura, o se apartan como otros se saltan las páginas deportivas? ¿Ayudan a que los libros se lean más, el cine se vea más, la música se escuche más, el cómic tenga más éxito, el arte sea más frecuentado? ¿O su carácter se resuelve en la mera endogamia? Que veinte años no son nada, lo demuestra no sólo el tango, sino que hace veinte años nos habríamos hecho las mismas preguntas. Y sin embargo la vida hubiera sido más pobre sin los jueves de Bellver en DIARIO de MALLORCA. Feliz aniversario.