Invierno de 1932. Brooklyn. Nueva York. Jack Beilis es una víctima más de la crisis que devora al país. El país que hizo crack. Desesperado como un "chacal acorralado". El atractivo joven que un año atrás "había provocado suspiros de admiración entre las muchachas que frecuentaban la Sociedad de Baile de Dearborn" se había convertido, atrapado por la desgracia como millones de sus compatriotas, en un paria a merced de las deudas y el fracaso, con la amenaza de acabar sobreviviendo a la intemperie entre "mendigos y criminales". Como él, muchos neoyorquinos que un día no muy lejano eran triunfadores se han convertido en sombras de sí mismos, en espectros avejentados que duermen bajo un puente o hacen cola para recibir alimentos de la beneficencia. Hambre, frío, tormentos y tormentas. Lamentos. Y rabia. Mucha rabia. Y por si no fuera suficiente tanta desdicha, sus relaciones con su desvencijado padre también son una ruina. Beilis (curioso parecido con el "George Bailey" de ¡Qué bello es vivir!, el clásico de Frank Capra sobre hundimientos y redenciones) ve una puerta abierta en una insólita oferta de trabajo: "La agencia comercial AMTORG ofrece a los desempleados americanos miles de puestos de trabajo en las factorías de la Unión Soviética". Desde luego, su primera reacción no es de entusiasmo porque por sus venas corre sangre rusa empapada de rencor: "¡Nosotros somos americanos! Has olvidado que esos bolcheviques son la misma ralea de sanguinarios que liquidaron a los zares y a cuantos encontraron a su paso. ¡Si hasta nuestro propio país ha impugnado la legitimidad de sus gobernantes!". Pero el hombre propone y el hambre dispone. Y el destino se divierte jugando con cartas marcadas. El caso es que Beilis se ve obligado a huir a Rusia con la pasma en los talones y allí, en el último paraíso, se verá involucrado en otro turbio asunto de sabotajes y atentados terroristas con muchos dedos apuntándole.

Basada en hechos reales (la emigración de miles de norteamericanos a una Unión Soviética pujante), El último paraíso engarza géneros con una habilidad pasmosa y una convicción a prueba de bombas. Y es que Antonio Garrido no ha afrontado la escritura de esta novela como un mero trabajo eficiente de autor con recursos (sus obras anteriores le avalan) sino que ha inyectado a la narración muchas dosis de memoria personal: no en vano confiesa en las explicaciones finales que "esta novela la inspiró una bellísima persona. Mi querida abuela, Bienvenida". Si la parte dedicada a la crisis norteamericana refleja a la perfección gracias a un puntilloso trabajo de documentación previa aquella atmósfera de miseria y desesperación, con brotes de género negro y de suspense, la ambientada en ese último paraíso se vuelve más compleja en el desfile de personajes y también en la mezcla de atmósferas y sensaciones. De sentimientos y emociones al rojo vivo, con tiempo para el amor entre las costuras rotas de un mundo hostil: una llama de temblorosa esperanza en la oscuridad. El egoísmo, la inocencia, la maldad, el idealismo, el fanatismo, el sacrificio y la superación conviven en unas páginas que dejan a un lado los personajes para construir personas, seres muy humanos que huyeron del horror en busca de un paraíso sin saber que les esperaba el infierno.

ANTONIO GARRIDO

El último paraíso

Premio Fernando Lara PLANETA, 504 PÁGINAS, 21,90 €