Curiosa (cuasi) coincidencia, dos de los directores de culto en éste momento comparten (cuasi) apellido.

Wes Anderson es norteamericano. De Texas (el estado de la familia Bush). Amigo íntimo de los actores (hermanos) Luke y Owen Wilson y del actor-guionista Jason Schwartzmann (otro sobrino, como Nicolas Cage, de Francis Coppola). Y ya que seguimos con árboles genealógicos, Anderson es nieto de Edgar Rice Borroughs, creador de Tarzán.

Roy Andersson es europeo. De Gotemburgo, Suecia. Tiene setenta y tres años y se le ha bautizado como el nuevo genio del absurdo. Término que más adelante cuestionaré.

¿Por qué son considerados de culto? Porque huyen de los parámetros más convencionales o comerciales del cine (sin que eso sea peyorativo, hay muchísimas obras maestras que sí los siguen, y puntualmente logran éxitos de taquilla).

Y porque esa experimentación la vemos sus fans como sincera. No chutes de ego, sino una mezcla de cultura, originalidad y continuidad. Cultura con mayúsculas, plenamente justificada, y utilizada de forma inteligente y desinhibida al mismo tiempo. Ejemplos:

El título de la última película del sueco, Una paloma se sentó en una rama reflexionando sobre su existencia, está inspirado en un cuadro de Peter Brueghel 'el Viejo'. Sin embargo, la película no tiene nada que ver con la temática o el estilo del pintor; no es un drama histórico tipo La chica de la perla. Ésta y sus películas anteriores, son retratos corales tipo La colmena, ambientados en ciudades del país nórdico con personajes corrientes y pintorescos al mismo tiempo. El título de su filme previo, Du levande (Vosotros, los vivos) está inspirado en un verso de Goethe.

El argumento de El Gran Hotel Budapest, del tejano, está basado en escritos de Stefan Zweig del periodo de entreguerras. Sobre esa época histórica convulsa, llena de nubarrrones y violencia, Anderson monta una comedia en formato de casa de muñecas con el jefe de recepción y el botones de un hotel como protagonistas.

Dos películas anteriores de Anderson son también paradigmas de originalidad: Los Tenembaums desarrolla la historia de una familia de superdotados intelectuales y, al mismo tiempo, tarados emocionales. Pero en vez de buscar una línea de acción, como Rush, Una mente maravillosa o El indomable Will Hunting, Anderson se limita a contarnos sus desencuentros familiares con recursos que son antítesis de acción, voz en off o planos frontales a cámara constantes.

Viaje a Darjeeeling por su parte, tiene algo más de acción, ya que narra las peripecias de tres hermanos que viajan a India en busca de su madre. Una muestra más de la cultura del cineasta es que la banda sonora mezcla varios temas de Satyjavit Ray, considerado el mejor cineasta de la historia de India, con los Kinks, Rolling Stones, Beethoven, Debussy y dos temas melódicos de finales de los sesenta, Les Champs Elysees de Joe Dassin y Where do you go to (my lovely) de Peter Sarstedt.

Cruzo otra vez el charco. El cine de Roy Andersson no es, en mi opinión, absurdo. O mejor dicho, lo es y no lo es. Extravagante, sí; irracional, en absoluto. O mejor dicho, es otro buceo, reportaje gráfico, muestra y muestreo de lo ilusa que es la racionalidad.

El punto en común de los Andersons es que renuncian a la acción y se concentran en los personajes, en su entorno físico y en multitud de pequeños detalles. Con un humor finísimo, irónico, culto, elaborado. Es cine para paladares exigentes y mentes abiertas.