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Ensayo

La derrota de Francia

La derrota de Francia

La identidad francesa, si por ello entendemos los rasgos de naturaleza que definen al país vecino, vivió mejores tiempos. Alain Finkielkraut no tiene la culpa de que esta obsesión suya la haya convertido el Frente Nacional en un cochambroso y demagógico caballo de Troya para penetrar en una sociedad desmoralizada y en ocasiones privada de algunos de sus derechos. Finkielkraut levanta la voz y se desgañita repitiendo que es lamentable que se permita a la extrema derecha convertir la herencia de un país en un asunto patrimonial ¿Les suena?

De origen judío, polemista incansable, autor de numerosos ensayos, desde abril miembro de la Academia Francesa, Finkielkraut pretende demostrar en La identidad desdichada (Alianza Editorial) que se puede evitar caer en lo políticamente correcto sin hacerlo en lo políticamente abyecto: el nacionalismo, el racismo y todos los infiernos que nos transportan a Auschwitz. Invita a los franceses a reflexionar sobre lo que son, y de si son capaces de heredar y de trasmitir su gran pasado cultural. Para él, el Estado laico debe impeler a sus hijos a liderar su vida sin restricciones de la autoestima. A su juicio, Francia está más lejos de ello que nunca. El país de la libertad, la igualdad y la fraternidad ha sustituido los grandes valores que lo distinguieron por una diversidad multicultural falsa y vergonzosa que provoca una fragmentación social del territorio. En la banlieu, el Tabac de siempre ha sido reemplazado por un cibercafé que se llama Bled.com; la carnicería con productos regionales, por el halal. El francés vive la experiencia desalentadora del exilio en su propia tierra. Finkielkraut cita a al geógrafo Christophe Guilluy, que en su libro Fractures Françaises (François Bourin Editeur, 2010) explica cómo con el paso de una inmigración de trabajo a una de familia, el autóctono pierde paulatinamente el estatuto de referente cultural que le era propio en otros tiempos. No se ha movido de su territorio pero todo a su alrededor ha cambiado, escribe Finkielkraut, que como es habitual en él se conduce sin complejos intelectuales por una idea que le atormenta: la desnaturalización. Una de las consecuencias de ésta, el odio al inmigrante, lo reinvierte el lepenismo.

El autor de La identidad desdichada hace suya la lección del estructuralista Claude Lévi-Strauss en su conferencia magistral Raza y cultura, una especie de breviario del antirracismo que no todos los moralistas seguidores del autor de Tristes Trópicos supieron entender como es debido. La supuesta jerarquía no autoriza a las llamadas razas superiores a mandar sobre las demás, destruyéndolas o explotándolas, pero no se puede catalogar del mismo modo a quienes individualmente o en grupo sientan fidelidad por unos valores hasta el punto de considerar otros extraños, alejándose de ellos. "No hay que confundir por lo tanto racismo con guardar las distancias", subraya Finkielkraut.

La prohibición del velo islámico en la escuela pública es el tributo a la feminidad de un pueblo distinguido por su galantería. No una cuestión de igualdad, porque si de ello se tratara, sostiene Finkielkraut, el resto de las sociedades democráticas, no menos igualitarias, habrían adoptado una medida similar. Pero Francia es el único país que ha visto el velo como un problema. No todo resulta, sin embargo, específico de una pérdida de identidad o de una "identidad desdichada" como la francesa. El autor de La derrota del pensamiento presta atención también al conflicto de los respetos que se plantea en la enseñanza, algo que cualquier lector español podría ver transportado al lugar donde vive. Cuenta, por ejemplo, el caso de una profesora de Ciencias Económicas y Sociales que le pide a un alumno de dieciséis años, proclive a burlarse a la mínima observación y que regularmente protesta por las notas, que escriba un folio sobre qué es la excelencia, y en qué consiste la mediocridad. El alumno responde: "Nunca deben emplearse esos términos, nadie tiene derecho a juzgar a los demás, y el mediocre es precisamente el que lanza juicios". Todo ello, puntualiza Finkielkraut, adobado de faltas de ortografía y de concordancia gramatical. Curiosamente sólo permanece impoluto el vocablo "respeto".

Hay una deuda con la lengua y la literatura francesa que el autor de La identidad desdichada se permite constatar con el tono agrio y eficaz que caracteriza al panfleto bien armado, treinta y cinco años después de que Barthes expusiera sus temores por la desaparición de la vieja escuela. Y, al mismo tiempo, un discurso venerable de la "antigua Francia", en conflicto permanente con la llamada sociedad multicultural, que algunos de los detractores más feroces de Finkielkraut se han apresurado a calificar de maurrasiano. Una asociación, en cualquier caso, bastante desquiciada por ser Maurras quien era y por lo que representó en los indeseables tiempos de Vichy.

ALAIN FINKIELKRAUT

La identidad desdichada

Traducción de E. Cano e I, Sánchez

ALIANZA, 203 P, 16 €/E-B., 12,98 €

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