Uno de ellos es la fresca actualidad del cantautor Georges Brassens, nacido en Sète en 1920 y muerto en 1980. No debe ser casualidad que las canciones de este francés tímido se reproduzcan a diario en todo el mundo, y en todas las lenguas existentes. Existen admiradores que realizan versiones en ruso, en alemán, en corso, en catalán, en inglés€ superando los 400 registros datados. Cada semana aparece un nuevo libro que examina cualquier rincón de su apasionante biografía€ No creo que cantantes de apabullante éxito y de plena actualidad, cuenten con una legión semejante de seguidores y emuladores. ¿Por qué todo eso?

En realidad, más que seguidores, sus admiradores son apasionados devotos de su repertorio. Me he encontrado por el mundo una buena colección de ellos que conoce al dedillo toda su discografía, que interpreta a la guitarra algunos de sus éxitos y que forma un discreto pero fervoroso club privado, que solo se abre cuando se acerca otro fanático como él. Todos coinciden en señalar que las melodías que creó Georges Brassens son maravillosas. Deliciosas. Cantables. Brassens es acusado a menudo de ser un cantante monótono, repetitivo, pero todos los músicos que lo han escuchado se convierten en verdaderos admiradores de ese genio compositivo, capaz de encontrar una melodía perfecta para una letra extraordinaria. Quizás para calmar esa leyenda sobre su monotonía temática, Brassens permitió que se grabara un disco instrumental en clave de jazz con sus canciones.

Pero en general, este hombre es aplaudido por sus letras. Unos textos que lograron dar voz a la gente de la calle, a los humildes enterradores, a las despreciadas prostitutas baratas, a los estudiantes sin fortuna. Unos textos que elevaron a la picota a los poderosos, a los gendarmes abusadores, a las beatas sin escrúpulos, los gobernantes corruptos. Pensar que en 1950 grabó El gorila, que es la historia de un juez que es abusado por un gigantesco mono, nos da idea del personaje. Un juez, por cierto, que había mandado ahorcar esa mañana a un inocente, y que ahora se angustiaba de dolor€

Georges Brassens es el hombre que dio forma a lo que conocemos como canción de autor. El artista que elevó a categoría profesional estos relatos. Toda Francia quiso conocer en directo a este cantante, que era demasiado tímido como para convertirse en una estrella manipulable, pero que desprendía un tono de sinceridad, de bonhomía, de decencia, que elevó su persona a la categoría de mito. Brassens cantaba lo que vivía y vivía como cantaba. Se dice que en cada hogar francés existe al menos un disco de Brassens. Es ya patrimonio cultural galo. Alguien por encima de modas, de políticas, de intereses. Sus canciones se estudian en las escuelas y los niños de seis años comienzan a avanzar en la lengua escuchando las letras que, de manera inocente y apasionada, dedicó a los más pequeños. Todas las temáticas, todos los sentimientos, todas las pulsiones, todos los amores, tienen una canción compuesta por este hombre que fue demasiado humano. Por eso está por encima de los tiempos y de las modas. Por eso nunca se fue. Por eso siempre hay que volver a él, cuando las dudas y las confusiones nos impiden encontrar el camino.