"Tan frágil es todo y tan irremisible su celeridad?". Los relatos de J. A. González Sainz son como instantáneas en las que se detuviera el tiempo. Vamos a suponer que empezamos con esta frase, recurrido y recurrente lugar común de la mala critica literaria. Pues bien, en cierto modo, acertaríamos. Los lugares comunes son muchas veces certeros, seguramente por eso se llaman comunes. Aunque hay que decir también que en los relatos de J. A. Gonzáles Sainz el tiempo no sólo se detiene, o se para, o se toma su tiempo si prefieren, también pasa, también fluye, aunque en ocasiones lo haga hacia atrás. González Sainz narra con aparente sencillez los hechos más nimios, detrás de los que casi siempre se suele ocultar alguna herida infligida o sufrida, poco importa en este caso, que nos ha dejado una huella indeleble. Por ejemplo, del rostro de un hombre maduro nos dice lo siguiente: "Era de esos rostros que parece que no se atreven o que les cuesta trabajo levantar la vista, como si algo en la vida les hubiera hecho bajarla definitivamente o no tuvieran ya razón alguna para mirar a las cosas cara a cara". Y a renglón seguido pasa a describirnos su indumentaria descuidada, retratándonos así, en apenas un par de frases, a un hombre roto por la vida. En otro relato, una niña de siete años mira, asomada al pretil de un puente, como pasan "las aguas rápidas que venían de lejos", de no se sabe dónde para desaparecer no se sabe dónde. Son relatos todos ellos sobre el inmenso poder de la imaginación que nos ayuda a sobrellevar nuestras vidas, a vivirlas, a contarlas, relatos sobre lo que ven nuestros ojos cuando no estamos mirando, sobre sucesos insignificantes, encuentros azarosos, recuerdos olvidados, relatos, en definitiva, sobre el rumor de las hojas en los árboles.

La prosa de J. A. González Sainz tiene tal poder de evocación que hace que casi nos olvidemos de lo que estamos leyendo. Quizás porque sus palabras, como él mismo nos dice en uno de estos relatos, todos ellos soberbios, nos hacen compañía ya se trate de un recuerdo de infancia, ¿quién recuerda realmente, el hijo o el padre? ¿acaso no son un día la misma persona?, o se trate de un sujeto misterioso al que vemos todos los días sentado a la misma mesa del café leyendo los periódicos. Precioso ese primer relato sobre el valor de la fidelidad en que no se la nombra para nada, o el siguiente sobre un lamentable incidente callejero en que cada cual sólo ve aquello que le interesa o que quiere ver, como suele ser siempre el caso. Soberbio también La ligereza del peciolo, sobre un descenso, después de un ascenso, por un camino de bosque con sus vueltas y revueltas, sus claros y sus sombras, sobre los escollos, las sorpresas y los peligros del camino, "es tan fácil creer que uno puede abrir el camino que se le antoja". En cambio, Durante el breve momento que se tarda en pasar es un relato con resonancias walserianas, o a mí me lo parece. "Soy un hombre metódico, metódico hasta en las dudas y las conjeturas como a lo mejor se echa de ver", dice el protagonista de esta historia cuyas conjeturas le llevan a fabular con su deseo, o mejor aún, con la realidad y el deseo (otro reputado lugar común). Un relato sobre lo que vemos sin ver y lo que no vemos viendo. Porque "no se puede contar sin haber caído previamente en algo". Por ejemplo, en la curiosa pregunta filosófica (los filósofos se entretienen con cualquier cosa): ¿hace ruido el árbol que cae en el bosque cuando no hay nadie para escucharlo?, pregunta que plantea los complejos entresijos de nuestra percepción de la realidad y la irrealidad de las cosas. "Se abren los ojos, se dirige la mirada hacia el frente (€) pero resulta que lo que uno ve no es lo que tiene ante su vista, lo que está ahí, sino lo que quiere ver y tal como lo quiere ver".

Los personajes de estos cuentos somos cada uno de nosotros en sus distintos estados y circunstancias: un padre, un niño, una pareja de ancianos, unos jubilados, una mujer joven absorta en unos folios, una madre nerviosa y asustadiza, y los escenarios donde transcurren, donde no pasa nada y sin embargo pasa todo, nos son también familiares, son los escenarios de nuestra vida diaria, un parque, una avenida, un café, una tienda€ y mientras tanto, mientras todo sucede o no sucede a nuestro alrededor, mientras luce el sol o se nubla el día, mientras nos detenemos ante un escaparate o entramos en un café, el viento sigue soplando en las hojas.

J. A. GONZÁLEZ SAINZ

El viento en las hojas

ANAGRAMA, 144 P., 14,90 €/E-B., 11,99 €