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Escritores viajeros

Una leyenda feliz

Antes de que la televisión se lanzara a descubrirnos a los conciudadanos que residen en el extranjero, ya era habitual la especie de los cronistas de los viajes. En estas páginas reunimos a Robert Louis Stevenson en su Samoa, el Orinoco narrado por Marisa Mestres, Estambul visto por Javier González-Cotta y los Estados Unidos descubiertos por John Steinbeck junto con su perro Charlie

Una leyenda feliz

Decía Robert Louis Stevenson que "ninguna obligación obviamos tanto como la de ser felices". Tal vez por eso, después de terminar sus estudios de ingeniería en la Universidad de Edimburgo, se dedicó a viajar por el mundo hasta que consiguió convertirse en "una leyenda feliz", como lo llamó Henry James en 1899, tan sólo cinco años después de que el escritor escocés muriera en su casa de Vailima, en Samoa Occidental. Stevenson tenía un alto sentido de la épica de la vida, del riesgo, del coraje y la aventura como dejó de manifiesto en sus novelas (principalmente en La isla del tesoro, tal vez la más pura y virginal novela de aventuras que jamás se haya escrito) y relatos, pero también en sus ensayos sobre literatura y viajes, que ven la luz ahora reunidos en dos volúmenes, Escribir y Viajar, publicados por la editorial Páginas de Espuma.

Stevenson empezó su carrera literaria en el periodismo y más tarde abordó otras formas literarias como la crítica, la poesía, el relato corto, la novela y los libros de viajes. Sin embargo, su faceta menos conocida es la ensayística, pese a que en este campo ha dejado confesiones literarias y recuerdos de su propio trabajo inapreciables. Así, en uno de los ensayos reunidos en Escribir, Stevenson confiesa sentirse en deuda con Hojas de hierba de Walt Whitman: "Un libro de utilidad singular, que puso el mundo patas arriba a mis ojos, que hizo volar por los aires un millar de telarañas de ilusión ética y refinada [fue educado por su padre en la obediencia estricta calvinista] y que, tras sacudir así mi tabernáculo de embustes, me volvió a colocar sobre los regios cimientos de las virtudes originales del ser humano".

Por el contrario, el autor de El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde tiene palabras duras para Goethe, a quien consideraba "un extraño ejemplo de la parcialidad de lo bueno y lo malo del ser humano. "No conozco a nadie a quien admire menos que a Goethe: me parece el epítome de todos los pecados del genio. Abrió de par en par las puertas de la vida privada y perjudicó gratuitamente a sus amigos en esa suprema ofensa del Werther; su propio temperamento era el de un Napoleón dibujado con pluma y tinta, consciente de los derechos y obligaciones de los talentos superiores". De Julio Verne se lamenta "que no fuéramos todos niños" cuando aparecieron sus novelas La isla misteriosa y El país de las pieles. En Memoria para el olvido, publicado hace unos años en Siruela, Stevenson recordaba los libros que leía de niño: "Con un bandolero me quedaba más que satisfecho. [...] Las palabras ´coche de posta´, la ´gran carretera del norte´, ´palafrenero´ y ´jamelgo´ todavía suenan a poesía en mis oídos".

Viajar reúne los ensayos que Stevenson dedicó a sus viajes por Europa y América, a la que llegó con 26 años siguiendo los pasos de Fanny Osbourne, una mujer casada que se divorció de su marido para casarse con él en 1880. El libro se abre con un consejo a los caminantes: "Un hombre tiene que haber pensado mucho en un escenario antes de empezar a disfrutar de él. No hay en las colinas un entusiasmo juvenil que pueda adueñarse de la esencia última de la belleza. Es posible que la mayoría de la gente ya esté calva cuando pueda comprobar en un paisaje que tienen la capacidad de ver; e incluso entonces será sólo durante un momento, antes de que sus facultades empiecen su declive y ellos, al mirar por la ventana, comiencen a percibir que su vista está oscurecida y limitada. Así el estudio de la naturaleza debería llevarse a cabo de una forma completa y sistemática".

Como era de esperar, Stevenson no se conformó con "ver" sólo durante un momento, y después de recorrer el mundo, de su Edimburgo natal a los Mares del Sur, compró 300 acres de tierra en Upolu, donde construyó una casa, Vailima, en la que murió en 1894. Él y su mujer habían estado viajando por el Pacífico de isla en isla durante dos años, cuando llegaron a Apia, la capital de Samoa Occidental, lo más parecido al paraíso en la Tierra. Stevenson descansa en el monte Vaea. Sobre su lápida están inscritos los versos más famosos que escribió: "Aquí yace donde quiso yacer; / de vuelta del mar está el marinero, / de vuelta del monte está el cazador". Stevenson también está de vuelta, gracias a estos ensayos que lo colocan en primera fila, a pesar de que cuando Vladimir Nabokov se dispuso a preparar su famoso Curso de literatura europea, Edmund Wilson le advirtiera de que era un autor de segunda fila. Nabokov, por supuesto, no le hizo caso.

ROBERT LOUIS STEVENSON

Viajar

Traducción de A. Pérez de Villar

PÁGINAS DE ESPUMA, 472 P., 25 €

ROBERT LOUIS STEVENSON

Escribir

Traducción de A. Pérez de Villar

PÁGINAS DE ESPUMA, 448 P., 25 €

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