Los conocimientos intangibles de Carlos Garrido

Garrido se adentra en las luces y las sombras urbanas para retratar treinta personajes en busca de autor

Carlos Garrido

Carlos Garrido / Arxiu C. G.

José Luis de Juan

José Luis de Juan

Aunque ya sabía, Carlos Garrido aprendió a escribir en una redacción periodística. Un autor que también aprendió siendo reportero, Hemingway, decía que la mayor dificultad estriba en trasladar al papel de manera sencilla un hecho, de tal manera que sea capaz de transmitir la emoción que movió a escribirlo. Y a esto mismo se ha entregado Garrido desde que desembarcó en Palma en 1974. Hay en ambos una parecida vena moral, una aguda sensibilidad y un inflexible anhelo de exactitud, además de la curiosidad inocente que anida en el buen escritor. Es igual lo que escriba Hem, si de un viejo pescador o de la impotencia de Scott Fitzgerald, del mismo modo que es igual lo que leamos de Garrido: siempre deja una huella que va más allá de las palabras escogidas con naturalidad y a la vez las únicas que sirven para relatar ese hecho. Carlos sigue la máxima de Orwell de que la buena prosa es como el cristal de una ventana: nítida, trasparente, invisible. Por ejemplo: «Viajar a menudo en barco tiene la ventaja de conocer cosas que solo suceden en un espacio pequeño, perdido en el mar. Esta contradicción entre lo minúsculo y lo infinito parece activar secreta sincronicidades, conocimientos intangibles».

En Palmesan@s, Garrido se adentra en las luces y las sombras urbanas para retratar treinta personajes en busca de autor. Treinta hojas de un árbol común, esparcidas por la floresta mientras las primaveras se suceden, parafraseando la cita de la Ilíada que preside el libro. Todas ellas dejaron una impronta en el escritor que germinó en una imagen, en el dibujo de un gesto, de una mirada, en el eco de una muletilla. Y cada una de ellas nos transmite un insinuado secreto que cristaliza y permanece en la imaginación del lector. Hay verdaderas joyas: la danesa Birte-Lene en su frondoso jardín; el pintor Roca Fuster mirando la negrura de las olas; la bonhomía de ese «periodista de libros», Juan Bonet, lábil como el mismo Garrido; Paco Sans, un hombre bueno abrazando a yonkis; aquel tipo que vivía en un 2CV; la espiritista de Sant Jaume y su mayordomo, sin olvidar el hijo descarriado de Mascaró, el sabio de Cambridge, y las dos caras mágicas de la joven del cementerio. Todos ellos son objeto de un sabio homenaje; no por lo que hicieron, sino por haber caído en el foco de la mirada compasiva de su autor. Garrido escribe acerca de esas hojas que formaban parte del árbol de la ciudad y que él conoció de una manera intangible, como se conocen los hechos y los personajes que permanecen vivos para siempre.

Hablemos ahora de un libro seminal de nuestro autor, publicado hace varias décadas, que ahora vuelve a editarse con adendas y oportunas actualizaciones: Mallorca mágica. Todo hogar mallorquín debería tener a mano esta obra, pues trata de lo que no se ve pero está vivo: nuestro inconsciente colectivo. Si antes se trataba de personajes de Palma, ahora nos asomamos a los mitos y misterios de la tierra que nos sustenta y del mar que nos cerca, de la mano de quien, como hemos visto, se acerca a las personas con curiosidad y atención absolutas sin esperar nada a cambio. Por eso puede hablar con las piedras y lograr que le respondan sin hacer ningún tipo de magia porque, como dice Garrido invocando a Novalis, aquí entramos en el lenguaje de la mística, esa lengua que todos podemos hablar pero que apenas practicamos. «Una isla es un centro de conciencia», escribe, y «precisamente porque se encuentra rodeada de peligro y vacío es casi una metáfora de la individualidad humana». Como en las rondaies, hay que superar una serie de pruebas para vivir en ese lugar «fuera del tiempo» donde todo es más brillante y acaso feliz; de eso saben algo los inmigrantes de tres continentes que se han establecido en Mallorca. La obra de Garrido abarca una panoplia de fenómenos, leyendas, mitos, paisajes, fetiches y tótems que no tiene parangón en la literatura mallorquina ni siquiera en el ensayo de carácter arqueológico y especulativo dedicado a esos dos mil años de ocupación humana de la isla. Además de ser exhaustivo y no dejar piedra por remover ni recoveco de montaña o costero al que echar una mirada inquisitiva, el autor despliega su rara, innata sensibilidad de escritor que atrapa y conmueve. Cualquier aspecto que cae bajo su mirada es analizado y discutido con mesura y a la vez originalidad, sin olvidar ese estilo sobrio y elegante que no decae nunca. Uno puede leer el libro como un relato iluminado, aunque haya un gran aparato bibliográfico y de trabajo de campo detrás. Al tratar del popular Dimoni Gros, afirma que «el infierno existe», la prueba es que mientras la representación del Paraíso jamás nos convence, «todos somos capaces de imaginarnos el infierno, como si lo lleváramos dentro de nosotros mismos». Tras ese baño de tradición y arquetipos instalados en el inconsciente (la referencia final a Jung y las «cosas que se ven en el cielo»), Carlos Garrido defiende «la reactualización de los mitos» como medio para afrontar los retos actuales de nuestra isla a la deriva. Esta edición incluye también su celebrada Cabrera mágica, la cara oculta de la isla de Aníbal, que poco conocemos. En definitiva, ahí os dejo estos tres festines de lectura de un autor que aún tiene mucho que decir.

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