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Artículos de Broma

Turismo y Veneciafrenia

Esperaba la película Veneciafrenia como agua del Adriático. Si puedo, no me pierdo un trabajo de Jorge Guerricaechevarría, que tiene dos Goya al mejor guión adaptado (Las leyes de la frontera y Celda 211) y es el hemisferio derecho de Álex de la Iglesia desde Mirindas asesinas, el corto germinal de la carrera de ambos. Tampoco dejo pasar los estrenos de Álex de la Iglesia por fraternidad friki, coetaneidad mental y una direccionalidad de dos sentidos: el del humor y el de la diversión. La suma de todo ello consigue que, siendo sólo testigo, me sienta cómplice de sus películas, que siempre me gustan más cuando empiezan que cuando acaban.

Veneciafrenia hace una paráfrasis del «ver Nápoles y después morir» y da otro sentido a Ver Venecia y después morir (título de dos álbumes de Jean Van Hamme y Philippe Francq en su serie Largo Winch, un cómic belga que estaría en esa lista que nadie ha hecho de cultura pop europea para competir con la estadounidense).

Vale, Veneciafrenia, carnaval de crímenes cruentos, peste negra del siglo XVI y peste turística del XXI visualiza la paradoja de contener un manifiesto antiturístico y abrir un deseo incontenible de visitar el archipiélago mejor edificado del mundo, aquí filmado según su imagen más conocida, aún sin la plaza de San Marcos.

Italia prohibió el año pasado la entrada de los grandes cruceros en la zona más céntrica de Venecia, pero a las navieras que los movían nunca se les ocurrió que podían poner en peligro un patrimonio único con sus monstruosos rascamares. Desde el siglo XIX atribuimos a la industria un gran poder de depredación, pero los libros de texto aún no han escrito el capítulo equivalente sobre el turismo del XXI. Hay quienes no se sienten incómodos de definir Europa como un parque temático sin cartón piedra y quienes aspiran a trabajar por la chincheta que pone una ciudad en el mapa cuando, si no tienes un mostrador entre un turista y tú, sólo te queda pagar más por todo a cambio de vivir peor.

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