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Oblicuidad

Leemos tebeos porque son más cortos que los libros

De modo simultáneo a la pandemia, y quizás a raíz de ella, se ha recrudecido el libro. Fíjense que no digo la lectura, y mucho menos la literatura. De hecho, y conociendo por motivos estrictamente profesionales a buena parte de los practicantes de la escritura, casi puedo garantizar que arruinarán la pasión renacida porque son incapaces de liberarse de su anodina peripecia vital.

Sin embargo, el desfase entre un lector cada vez más formado y los escritores incapaces de colmar su sed se aparta hoy de nuestro asunto. El culto antes que cultura del libro ha sobrevenido con otra seña de identidad, el auge de las novelas gráficas o cómics en cualquiera de sus variedades. El tebeo es rey, ha conquistado a un público remiso, cada nuevo adepto ha de superar el escándalo de su entorno como si se hubiera entregado a las drogas duras. Pese a la prevención en contra, todos los sellos editoriales lanzan colecciones con dibujos. Ahora ya solo falta explicarse qué está pasando.

El tebeo ha perdido la condición de secta underground relegada a los anaqueles inalcanzables, para acceder a la industria de diseños y precios de lujo. La literatura dibujada es más elemental y primitiva, menos resabiada que el fruto de novelistas convencidos de que nadie se había enamorado antes. Los autores gráficos no han podido malgastar, en labrarse la insoportable coraza del autor, el tiempo invertido en adquirir destreza en sus garabatos. Y en el territorio de la ósmosis entre líneas y viñetas nos aproximaremos a la solución del enigma fundamental. En un retorno a la infancia, las obras maestras o insustanciales de la literatura universal se consumen hoy reinterpretadas por un dibujante y un guionista, que forzosamente se han visto obligados a sintetizarlas.

El factor tiempo es decisivo en la cultura contemporánea, cuando un partido de fútbol se contempla por cinco canales a la vez y aún queda tiempo para merendar. Olviden a su semiólogo de cabecera, nos hemos arrojado sobre los tebeos porque son más cortos y digeribles que los libros. Es el argumento elemental, degustar el zumo en lugar de la fruta a secas. El cómic es user friendly. Esta confesión a la que concedo el valor de verdad irrefutable asume la crítica radical de los negacionistas de la novela gráfica, habéis vendido vuestra alma a la facilidad que rima con felicidad. Ahora bien, también obliga a admitir que a todo libro de cuatrocientas páginas le sobran la mitad, y así sucesivamente.

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