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Series | Tokyo Vice

Periodista forastero en territorio Yakuza

Michael Mann (‘Corrupción en Miami’, ‘Heat’) regresa por fin a la dirección y a las series con esta vibrante adaptación de las memorias de Jake Adelstein como periodista de sucesos en el mayor diario de Japón

Ansel Elgort y Ken Watanabe, en la serie ‘Tokyo vice’.

Michael Mann era el hombre indicado para llevar a la pantalla Tokyo vice, el libro de Jake Adelstein (editado por Península) sobre sus días como periodista de sucesos en Japón. Primero, porque Mann ya supervisó una mítica serie, Corrupción en Miami, cuyo título original (Miami vice) rima con el de esas memorias. Segundo, por su habilidad para sacar fascinación emotiva de los mejores paisajes urbanos, como los que encontramos en Tokio, por ejemplo. Y tercero, porque esta historia no deja de ser un drama periodístico, subgénero en el que Mann ya brilló con su grandiosa El dilema, en la que Russell Crowe encarnaba al científico que en 1995 quiso dejar al descubierto las argucias de una tabacalera para propulsar el nivel de adicción.

De haber surgido en cualquier momento en el tiempo, Tokyo vice (HBO Max) habría sido un evento, pero es que se trata del primer trabajo de Mann como director en siete años, los transcurridos desde su infravalorado tecno-thriller Blackhat: Amenaza en la red. Tras marcar patrones visuales en el episodio piloto, cede el relevo a nombres como Josef Kubota Wladyka, la japonesa Hikari o el también productor de la serie Alan Poul, pero sigue produciendo y dejando su huella en cada entrega.

Días dorados de la Yakuza

La historia real de Jake Adelstein es superior a cualquier ficción. Con solo 24 años, este oriundo de Missouri se convirtió a principios de los 90 en el primer periodista extranjero en sumarse a las filas del diario japonés Yomiuri Shinbun, el más importante del país en aquella década y el que ostenta todavía el récord Guinness de mayor difusión diaria en papel: más de 10 millones de copias.

No le tocó, además, el trabajo más fácil. Lo suyo fueron, en principio, los sucesos, y en un tiempo ahora lejano en que la Yazuka controlaba con mano férrea diversas zonas de Tokio, incluyendo el barrio rojo de Kabukicho, donde se centra la acción de la serie. En 2011, el Gobierno endureció la legislación y el poder de la mafia japonesa quedó bastante diluido.

El libro original aborda, sobre todo, un periodo inquietante en la vida de Adelstein: las repercusiones, amenazas de muerte incluidas, del artículo en que reveló cómo el jefe yakuza Tadamasa Goto había vendido a los suyos a cambio de un visado que le permitiría un trasplante de hígado en Estados Unidos. Mann y su equipo vuelan libre en la serie, tomando su inspiración del periplo de Adelstein, pero sin basar ningún personaje en Goto.

Como tantas adaptaciones recientes, Tokyo vice iba a ser una película. John Lesher, antiguo presidente de Paramount, se hizo con los derechos del libro para adaptarlo con su nueva productora. Fue el propio Adelstein quien sugirió como guionista al dramaturgo J.T. Rogers, no porque fuese amigo de infancia, sino porque es un gran escritor; el Tony ganado por Oslo así lo constata. La película se anunció en 2013; dos años después, iba a ser dirigida por Anthony Mandler (Monstruo) con Daniel Radcliffe en el papel principal.

A mediados de 2019, Tokyo vice había cambiado de manos y formato, pero Rogers seguía ahí como guionista y showrunner. Con un tótem como Mann también involucrado, todo debería haber ido como la seda, pero todo lo que pudo salir mal, salió mal. El covid-19 detuvo la producción durante ocho meses. Por otro lado, la acusación de abuso sexual dirigida al nuevo protagonista del proyecto, Ansel Elgort (el Tony de la última West side story), propició una investigación de la productora de la serie para determinar si debían cambiar de actor o no, según ha explicado una fuente anónima de The New York Times. Concluyeron que no había motivos para despedirle, pero los problemas siguieron: conseguir permisos para rodar en Tokio no es pan comido y la agenda de Mann se llenó de actos oficiales con políticos locales.

Un pequeño milagro

La mera existencia de Tokyo vice es un pequeño milagro, así que toca valorarla y saborearla como es debido. Elgort está convincente y exhibe un decente japonés como el Adelstein de ficción, invitado a entrar en un periódico estilo Yomiuri en 1999. Rinko Kikuchi (la O-Ren Ishii de Kill Bill) es su estricta superior («reescríbelo», «reescríbelo») en una redacción donde, al parecer, algunos creen que es del Mossad. Ante la loca idea, Jake responde: «¿Del Mossad? Soy de Missouri».

Su primer trabajo es investigar la historia de un hombre que ha aparecido con un cuchillo clavado. (Y no, no se puede hablar de asesinato si no lo dice la policía). Estirando del hilo, Jake empieza a convertirse en espectador de una inminente guerra entre familias criminales; un espectáculo en el que contará con el detective de homicidios Hiroto Katagiri (el venerable Ken Watanabe) como cicerón. Otra de sus guías en los bajos fondos es Samantha (Rachel Keller, de Legión), expatriada estadounidense que trabaja como chica de compañía en un host club, pero espera tener pronto local propio. Su interpretación de Sweet child o’mine (Guns N’ Roses) medio en japonés es uno de los greatest hits de la recta inicial de una serie sin aparentes momentos de relleno.

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