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Oblicuidad

El yerno real no deseado se llamaba Marichalar

Felipe González abandona Marivent tras el despacho con el monarca y certifica que «el Rey necesita un yate nuevo». La corrupción es patrimonio de sus autores, pero un mínimo celo en la vigilancia hubiera evitado las castástrofes vigentes. Examinar las miradas que le lanzaban Juan Carlos I y Constantino de Grecia a Lady Di en Palma, mientras Sofía de Grecia instruía a la malograda princesa del pueblo sobre las servidumbres del cargo, era más ilustrativo sobre el funcionamiento de la monarquía que la hojarasca literaria derramada por la prensa seria. El Estado entero paga ahora las facturas de su tolerancia.

Tres de los ocho miembros de la Familia Real primitiva han sido investigados por corrupción, con otros tres salpicados en cuanto presuntos beneficiarios de los millones al contado manejados por el paterfamilias. Solo dos integrantes circunstanciales de aquella estructura monárquica quedan fuera de toda sospecha hasta la fecha. Por orden de aparición, Jaime de Marichalar y Letizia Ortiz. Es innecesario agregar que son las dos personas que nunca hubieran accedido a La Zarzuela, de haber impuesto su voluntad Don Juan Carlos y Doña Sofía. De hecho, las hermanas del monarca se tomaron como un desquite personal que la Reina, que había monopolizado la exclusiva educación del heredero, lo viera casado con una mujer divorciada.

Es cierto que Cristina de Borbón, la favorita de un Juan Carlos I que advertía en ella unas cualidades que nunca detectó en su primogénito, le advirtió a su padre «más vale que te guste» antes de presentarle a Iñaki Urdangarin. Pero también cabe consignar que el aguerrido balonmanista gozó de una entrada en La Zarzuela más favorable que aquel personaje de apariencia pusilánime denominado Jaime de Marichalar, el yerno real menos deseado.

Durante su noviazgo, Marichalar y Elena de Borbón se encerraban a cal y canto en un coqueto chalet situado enfrente de Marivent, y propiedad de una familiar del novio. Esta oscuridad se transmitió a la forma desabrida en que definía Juan Carlos I al novio, «nunca he conocido a nadie más... que mi yerno». De hecho, el proscrito recordaba, a raíz del caso Cristina/Urdangarin, el interrogatorio digno de la KGB a que lo sometió su suegro tras heredar un piso madrileño de una tía, bajo la pretensión de evitar la sombra de algún turbio manejo. Una excelente política de personal, así se escribe la historia.

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