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El cine actual se ha puesto de parto

Para entrar en el cine, no basta con la mascarilla. También hay que vestir la bata de polipropileno de quirófano, como si la espectadora se dispusiera a asistir a un parto. La única garantía de la película que se dispone a contemplar es que incluirá un alumbramiento, que además resulta clave en el desarrollo de la acción. El viejo truco de matar al protagonista para ganarse la complicidad del público se ha trasladado a insuflarle la vida, literalmente.

Es fácil consensuar que los títulos más agitados del año son Annette, Titane y Madres paralelas. Las tres contienen escenas de partos, que enmarcan la acción a su alrededor hasta definirla. En el caso de Almodóvar, casi suena redundante aclarar que un solo alumbramiento le resultaba insuficiente. Ha acumulado por tanto dos o tres, perdí la cuenta del nuevo alarde de exuberancia creativa a cargo del cineasta. El cine actual se ha puesto de parto, la palabra estreno adquiere un significado biológico. Si se añade la cuarta película más comentada, que es la Benedetta de Verhoeven, de nuevo juguetea con la aparición ahora sacrílega de la vida, hasta fundamentar la nueva ciencia de la escateología.

Oscar Wilde escribió para la escena que «perder un padre puede considerarse una desgracia, pero perderlos a ambos suena a descuido». La sorprendente reincidencia en la obstetricia conduce a la obligatoriedad facilona, sin que pueda hablarse ni por asomo de campaña de fomento de la natalidad. Son bebés de muerte prematura, engendros diabólicos torturados por sus progenitores, frutos demiúrgicos de mujer y automóvil en el más estrambótico de los casos. Todos los hijos del cine contemporáneo llegan por sorpresa y a contracorriente, la vida siempre es una exclamación.

Siguiendo a pies juntillas las instrucciones de Godard, hubo un día en que nos adentrábamos en la sala oscura para averiguar cómo besaban Marion Cotillard, Penélope Cruz o Virginie Efira. Hoy nos ilustran sobre su comportamiento en el momento de la maternidad, el sexo previo se da por trasnochado. El resto sigue igual, porque Madres paralelas acredita que el extraordinario cine iraní actual bebe del manchego, que se ha quedado sediento de creatividad y ya no puede seguir a los persas. En cuanto a la función pedagógica de los partos en pantalla, son innecesarios para quienes comparten desde antiguo la perplejidad de Gore Vidal ante la paradoja de que se necesita carné para conducir un coche, pero no para tener el número de hijos que se considere idóneo.

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