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Oblicuidad | ‘Maixabel’, la rebeldía como obra de arte

Consignar que Maixabel no parece una película de Icíar Bollaín puede ofender a la directora, pero significa un alivio para los espectadores. De hecho, la mayoría de cineastas españoles no se hubieran atrevido con la peripecia de la viuda de un asesinado por ETA que accede a reunirse con quienes mataron a su esposo. Es más cómodo continuar con la denuncia de los crímenes franquistas, la vía Almodóvar.

Los hechos que narra Maixabel están vivos, también la protagonista que firma el título. El mérito de la película consiste en sobreponerse a un contenido apabullante, en ordenarlo sin excesos emocionales, en dejar clara la prelación de víctimas y etarras sin necesidad de incidir en el escalafón como si el cliente fuera un ignorante. Cada lágrima de la proyección está justificada, un comportamiento que constituye una excepción en medio de la producción actual, que acentúa los lloros y los gritos para despertar a los espectadores adormilados.

Dado que Maixabel no solo está inspirada sino construida con hechos reales, se puede destripar su contenido a conciencia. Por mucho que el espectador advertido sepa que la escena final muestra el homenaje póstumo anual al asesinado Juan Mari Jáuregui, en el que deposita flores su asesino Etxezarreta tras ejercer de chófer de la viuda, el impacto no decae ni un gramo. Ninguna víctima está obligada a comportarse como la desafiante Maixabel Lasa, pero tampoco nadie podrá prescindir de su opción si desea mantener su asombro ante la ardua España contemporánea.

Maixabel es la rebeldía como obra de arte, el famoso juez y diputado de Vox gritará «bruja» decenas de veces durante la proyección. Detesto el aire sentencioso que imprime Blanca Portillo, pero aquí solo puedo aplaudir. Luis Tosar se basta a sí mismo, a riesgo de que empiece a gustarse y ya no podamos creerle cuando asegura que «ojalá me hubieran detenido antes» del atentado. La interpretación histórica de la película corresponde a Urko Olazabal en el etarra Luis Carrasco. Su extraordinaria forma de no decir concede un valor bíblico a cinco de sus palabras, «la cárcel me ha salvado». No vi Maixabel ayer, han pasado dos semanas y el recuerdo permanece intacto. Me sucedió por última vez en Érase una vez en Hollywood, es el sello de las obras maestras.

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