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Oblicuidad | Nadie debería decidirse por una boda en alpargatas

España ya se hundió cuando Miguel Sebastián se presentó en el Congreso sin corbata siendo ministro de Industria, provocando casi el desvanecimiento de José Bono. El país sumergible volvió a desmoronarse para acomodar a un vicepresidente del Gobierno con coleta. Y ahora esto, la segunda dignidad del Estado dilucida la suerte de Occidente en alpargatas.

Dado que Sánchez ha acampado en la delgada línea roja entre la audacia y la temeridad, cabe plantearse si no ha tomado todas las decisiones capitales en alpargatas, aunque solo nos hemos dado cuenta ahora que juega con fuego. El presidente con lonetas ha materializado la sospecha sobre los bustos parlantes, desvestidos con ropa interior de cintura para abajo mientras imparten la actualidad. Y tal vez el Casado de imitación se encabrita por no haber elegido las zapatillas adecuadas, a falta de recibir una orden al respecto de Díaz Ayuso.

Sin embargo, no hemos venido a hablar de personajes secundarios. Accidentalmente, porque no quiero acusar a Sánchez de plagio, yo también vestía alpargatas en el día señalado. Y no voy a hablar de dejadez, pero sí de una mayor ligereza al borde de la frivolidad en mis movimientos intelectuales. Liberado del corsé pedestre, tomaba decisiones sin reparar en las consecuencias. Desdramatizaba, una pulsión muy peligrosa. Esta arriesgada experiencia carecería de sentido si no sirviera para disuadir a futuros practicantes del calzado pantuflesco. Diga lo que diga Sánchez, las zapatillas no aportan la etiqueta apropiada para decidir si te casas. Nadie debería pronunciarse a favor de una boda en alpargatas.

Esta confesión de parte debe acompañarse de la penitencia retrospectiva. Con la sabiduría de los hechos consumados que examinamos a través del retrovisor, tal vez hubiera resuelto mis disyuntivas con un mínimo acierto, de haber llevado corbata en el momento de elucubrarlas. En tal caso, tendremos que pedir perdón a Bono, y admitir humildemente que los estadistas y los altos ejecutivos poseen un conocimiento a la altura de sus sueldos.

Benditos sean en todo caso los pueblos que saben qué pie calzan, porque en todo el día de hoy no he contemplado a un solo varón en pantalón largo. Lo más estridente de Sánchez es que no gobierne descalzo.

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