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Superbacterias

Estafilococo Áureo, Pseudomonas Aeruginosa, Enterobacter Cloacae y Acinetobacter Baumannii. Así se llaman las cuatro bacterias multirresistentes más buscadas en el hospital Can Misses

Peluche de un estafilococo áureo en el laboratorio del Hospital Can Misses. | M.TORRES

Las bacterias tienen seguratas, cerrajeros, congresos de intercambio de información y hasta gimnasio. Con entrenador personal. Y todo con un único objetivo: sobrevivir. Algunas lo consiguen. Son las populares y temidas bacterias multirresistentes. No hay medicamento, casi, que pueda con ellas y en los hospitales las temen como a la peste. Si bien es difícil que causen daños importantes en personas sanas, si una de ellas se pone cómoda en el organismo de alguien débil, vulnerable o enfermo, las consecuencias pueden ser demoledoras. En el Hospital Can Misses siguen muy de cerca a cuatro de estos pérfidos microorganismos, los más buscados: estafilococo áureo, pseudomonas aeruginosa, enterobacter cloacae y acinetobacter baumannii.

«Superbugs, en inglés», comenta Susana Ramón, médico del servicio de Microbiología del Hospital Can Misses, mostrando placas de cultivo de algunas de ellas. «Son la pandemia del siglo XXI. Hace más de 50 años que estamos intentando vencerlas usando antibióticos y ellas han aprendido a defenderse», comenta la microbióloga. Los sistemas de defensa que han desarrollado son variados. Y eficaces. «Hay bacterias que ya de forma natural son más resistentes y pasan esta información a las otras. Intercambian información genética. Ésta está integrada en su cromosoma, pero hay trocitos que están fuera del grupo grande de genes y pueden intercambiarlos», detalla Susana. «Entre ellas, son muy generosas», indica la experta. Este club social en el que se ponen al día unas a otras no es otro que el cuerpo humano. Muchas de estas bacterias, de hecho, ya se encuentran en el organismo, sin causar ningún daño. Hasta que se produce una infección. Es entonces cuando se mezclan y pueden intercambiar información beneficiosa para ellas.

«Con este intercambio genético, ella misma sufre mutaciones que le son favorables», explica Susana sobre el proceso mediante el que las bacterias se van armando frente a los antibióticos. Una de estas defensas es hacerse más gruesas o menos permeables. «Tienen unos poros a través de los que pasa todo lo que necesita. Pero es también por donde entra el medicamento», comenta la experta. Con una de esas mutaciones la bacteria pierde esos agujeritos, de manera que bloquea el acceso al antibiótico. Otra de las mutaciones les permite generar unas enzimas que rompen el medicamento en cuanto atraviesa su superficie: «Llega el antibiótico y es como si la bacteria le dijera que pase, si quiere, que en cuanto entre lo va a cambiar y no le va a servir de nada». A veces, simplemente hacen algo tan sencillo como cambiar la cerradura: «El antibiótico llega a la bacteria, intenta unirse a ella para romperla, pero no puede porque ha cambiado el punto en el que se juntan. El medicamento no puede cumplir su función». También pueden desarrollar como unas bombas de expulsión (los seguratas de la discoteca) que lo que hacen es expulsar al fármaco cuando penetra en la bacteria. «Es muy bonito verlo», comenta Susana Ramón, que insiste en que cuanta más presión se hace sobre las bacterias con antibióticos, más fuertes se hacen ellas.

No seguir la posología, dejar de tomarlos antes de tiempo al sentir mejoría o consumir uno de más espectro (más potente) de lo que corresponde únicamente beneficia a estos puñeteros microorganismos. Es como si fueran al gimnasio. Se entrenan. Lo que no los mata las hace más fuertes. «Que la gente no se asuste», llama a la calma la microbióloga imaginando las caras y cuerpos de los más hipocondríacos. «Estas bacterias extremadamente resistentes son muy peligrosas en un hospital porque pueden pasar a personas con el sistema inmune debilitados, como es el caso de los pacientes covid. En una residencia también porque hay pacientes que están malitos, pero en casa no pasa nada», comenta.

Microorganismos blindados

Todo ese blindaje contra los antibióticos no les sale gratis a las bacterias, tiene su coste: «Pasa una cosa extraña con estas bacterias. Están tan ocupadas y entretenidas en atender todas esas barreras que, curiosamente, no son tan patógenas, no son capaces de hacer daño. En principio. Pero si tienes pacientes a los que hay que ponerles tratamientos que bajan las defensas, como los corticoides, o trasplantados, en quimioterapia o con enfermedades que debilitan el sistema inmune, esa bacteria que está tranquilita en la nariz o el tubo digestivo traspasa una barrera y aprovecha que esa persona está débil para generar una infección». Y ahí llega el problema. Porque estas bacterias reaccionan ante la mayoría de los antibióticos como quien oye llover. Ni cosquillas les hacen. «Casi no hay antibióticos para tratarlas y los que hay no son fáciles de manejar o son tóxicos para el riñón», explica Ramón. Eso por no hablar del precio astronómico que deben y de que, en muchos casos, se tienen que administrar con bombas de perfusión, durante horas, en el propio hospital. Además, requieren un control continuo del paciente. «Tienes que estar muy encima», indica.

La farmacia del Hospital Can Misses cuenta con algunos de estos antibióticos que vencen las resistencias de las bacterias más listas e hipermusculadas. Se usan únicamente en los casos más complicados y «con relativa frecuencia» en el caso de Eivissa, afirma. «Las bacterias multirresistentes sacan este armamento y tú buscas el tuyo, un antibiótico. Es una lucha continua. Una guerra de guerrillas. La cuestión es que ellas sacan su arsenal y tú no tienes tantas armas», detalla la microbióloga sentada en el despacho del laboratorio, ante la atenta mirada de un estafiloco áureo. De peluche. Dorado. Y con capa. Como corresponde a cualquier superbacteria.

Placa con pseudomonas aeruginosa en el Hospital Can Misses. / Acinetobacter baumanii, en una placa de cultivo en Can Misses. / Cultivo de enterobacter cloacae en el laboratorio de Microbiología.

La manera más fácil de entender esta invencibilidad es observando un antibiograma, la prueba que se realiza, una vez detectada la bacteria, para indicarle al médico con qué medicamentos puede combatirla. En una placa de petri, redonda, se coloca «el bicho» y papel secante impregnado con los diferentes antibióticos que, teóricamente, lo eliminarían. Se pueden probar unos quince medicamentos en cada antibiograma. Pasadas 24 horas, a simple vista se ve cuáles son eficaces —como con Atila, la bacteria no crece a su paso— y cuáles no han tenido efecto alguno. Este proceso tan visual se hace ya, la mayoría de las veces, de forma automatizada.

En el laboratorio vigilan muy de cerca a estas cuatro indeseables. «Esta mañana, casi todas las placas que he leído son las que cada lunes manda la UCI para controlar si alguno de sus pacientes tiene estas bacterias», indica. Interesa saber, simplemente, si las tienen. Aunque no les estén causando daño. Sólo para saber si están presentes en su organismo. En la nariz, el tubo digestivo, el recto... «Si da positivo, les informamos, por ejemplo, de que tal paciente tiene una pseudomonas extremadamente resistente en la garganta. Así ellos ya saben que en cualquier momento puede romper la barrera y producirle una neumonía», explica. A partir de ese momento no sólo lo vigilan muy de cerca sino que, además, lo aíslan completamente para que esta bacteria con ansias de inmortalidad no se contagie a los demás pacientes. A Susana le viene a la cabeza la pseudomonas aeruginosa porque es «extremadamente resistente» y cuando, tras detectarla, se hace un antibiograma, se suelen encontrar con que sólo es sensible «a dos o tres» medicamentos. «Difíciles de manejar y extremadamente caros», matiza la experta quien, sin embargo, reconoce que en los últimos años han aprendido a usar «mejor y de forma más eficiente» estos antibióticos. Pero esto no vale para siempre: «Tú vas encontrando formas, pero ellas también van buscando la vuelta».

Por eso la médico del servicio de Microbiología reitera la importancia del uso adecuado de los antibióticos: «Cuanto más las presionas con ellos más se va a defender, así que no lo hagamos, dejémoslas tranquilas, no las irritemos». Esto, insiste, es una labor de todos. De los profesionales y de la población. «Los médicos debemos usar los antibióticos más sencillos que traten una infección concreta, el de menos espectro. ¿Para qué matar moscas a cañonazos?», indica. La parte de los pacientes es, en teoría, mucho más sencilla: hacer caso a los médicos. «Si te dice que no te hace falta antibiótico, no te hace falta. Si te dice que que lo tienes que tomar durante ocho días, no puedes dejarlo a las 48 porque te sientes mejor. Podrías recaer y cuando lo hagas la infección será más difícil de tratar porque las bacterias habrán aprendido a defenderse», justifica Susana Ramón, que recalca también la importancia del compromiso y la implicación de la industria cárnica a la hora de controlar la proliferación de las bacterias multirresistentes: «Ha habido un uso indiscriminado de los antibióticos. Está claro que cuando un animalito está enfermo hay que administrárselo, pero no de forma preventiva. De ahí venían muchos problemas, pero se está mejorando mucho».

El clan de los Charlines

A Susana Ramón las bacterias multirresistentes le recuerdan a la mafia —«por su capacidad de perdurar»— y, concretamente, al clan de los Charlines: «Si no era el padre era el hijo y si no otra persona, pero no saben más que hacer el mal». Lo que vio en ‘Fariña’ le recuerda a la situación que se vivió en Balears hace un tiempo con un clon de alto riesgo de una pseudomonas aeruginosa que se coló en los hospitales. «Son malas, malísimas, porque tienen mucha resistencia y tienen mucha capacidad de sobrevivir y adaptarse a diferentes medios para que el clan, o el clon, y sus sucesores, pervivan. Además, pueden producir enfermedades importantes», explica la microbióloga, que señala que las bacterias multirresistentes tienen «una ecología particular» en función de la zona. Así, relata, en Grecia, Italia y Turquía «tienen problemas con clones muy resistentes» mientras que los países del norte «están más tranquilitos». «Aquí estamos en una situación intermedia», afirma.

Cuando aquella pseudomonas aeruginosa con mala leche se coló en Can Misses, recuerda la microbióloga, diseñaron toda una estrategia para acabar con ella. Aislar a los pacientes, extremar la limpieza... «Funcionó. Ha bajado muchísimo la incidencia», asegura la médico, que alerta de los riesgos de que una de estas bacterias decida mostrar su peor versión con un paciente: «Hacen que se complique más, que tenga que estar más tiempo ingresado y aumentar la morbimortalidad». «Puede fallecer», concluye Susana Ramón, poniendo de manifiesto la cara más cruel de estos microorganismos capaces de vencer a los antibióticos. Expulsándolos, aniquilándolos o cambiándoles la cerradura. Blindándose.

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