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Oblicuidad

La España vacía está mejor narrada que la llena

Compré Castellano sin saber a qué me enfrentaba, guiado por la confianza ciega en su autor, por la convicción de que leeré cualquier cosa estampada con la firma de Lorenzo Silva. Me deslumbró y sobre todo me sorprendió el rescate de los comuneros para describir la Castilla actual, como en un documental de History Channel. Y pensé que el libro podría titularse fácilmente Cataluña, con los independentistas en los papeles de Padilla, Bravo y Maldonado, aunque me molestaría que el escritor se enterara de esta maldad.

Aprobé Castellano con nota pero no me atreví a recomendar el libro, al creer que lo juzgaba sesgado por mi parcialidad hacia Silva, y pensando que no era un Bevilacqua. Por tanto, he recibido con una mezcla de satisfacción y vergüenza que la actualización de la revuelta contra Carlos I (minus Juan) se haya encaramado a la lista de superventas. Merece el aire de las cumbres, aunque haya llegado allí sin mi ayuda. Una vez lograda la aquiescencia consensuada, me atrevo a valorarlo en público, para asegurarles que se trata de otro excelente relato perteneciente al género de la España vacía, mucho mejor narrada que la España llena.

Suena un poco fatigoso recordar que la génesis de este cóctel de paisaje con figuras al fondo es La España vacía, de Sergio del Molino, aunque también su autor peca de mansplaining al reseñar que civitas significa ciudad. He leído su obra seminal después de Castellano, en un clamoroso error de programación por mi parte. El Viaje por un país que nunca fue que preludia a Silva es simplemente una obra maestra, casi inalcanzable. Hay un momento en que un trauma encuentra a su cronista ideal, ha ocurrido con todos los retratistas estadounidenses de Dos Passos a Kurt Vonnegut o Gore Vidal.

La España vacía es un libro escrito en estado de gracia, como El hijo del chófer de Jordi Amat. El autor exhibe una destreza tan apabullante, que sus improvisaciones jazzísticas siguen funcionando cuando en la parte final se emborracha de sí mismo. Y ahora todos ustedes saben que vamos a acabar con el lamento castellano que cierra la trilogía, Feria de Ana Iris Simón. Confieso irredento que me he regocijado con el ardor estomacal que este canto de carromatos con lienzos blancos tendidos al sol le habrá causado a las autoras canónicas, un shock que demuestra que las querellas entre feministas son más feroces que contra su enemigo natural. La clave es la discusión, nunca el adversario.

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