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Prohibido besar a Blancanieves para salvarla

Mi opinión sobre Walt Disney no es publicable, aunque ha sido desarrollada por el irrefrenable Carl Hiaasen en su panfleto Equipo roedor: Cómo Disney devora el planeta. A los ya persuadidos del poder destructivo de este linaje, no nos ha sorprendido que violara a posteriori la línea argumental de sus propias historias, con una alerta o trigger warning que advierte a niños de tres años de que las historietas de un siglo atrás que se disponen a contemplar pueden inflamar sus instintos racistas o machistas.

El último capítulo de la reescritura de la historia solo cultural, porque nadie se atreve a derribar los edificios miserables que pueblan el planeta, consiste en eliminar el beso final del príncipe a Blancanieves, que devuelve el sentido a la damisela y al cuento en cuestión. Al no mediar un consentimiento explícito previo, el modesto ósculo se inscribe en el apartado de crímenes, con apología del delito a cargo de Disney. Los torquemadas de lo políticamente correcto y de la fiebre de la cancelación no han reparado en que, técnicamente y si recuerdo bien, la acción a suprimir no posee un contenido romántico ni sexual. Se trata en realidad de un ejercicio de respiración boca a boca, para recuperar a una enferma en grave riesgo.

A falta de recabar la opinión de Irene Montero, el aparente asalto físico debería tolerarse en el caso de la maniobra Heimlich y otras asfixias de emergencia. ¿Puede un médico de urgencias sajar con su bisturí al paciente que llega destrozado al hospital, o ha de adecuarse a todas las exigencias morales del cuerpo a cuerpo?, ¿el héroe que rescata a la persona en vísperas de ahogarse en aguas turbulentas es en realidad un miserable, que pretende aprovecharse del contacto de los cuerpos para satisfacer sus bajos instintos? Pues así en Blancanieves.

En lugar de plantearse el magnetismo de una película de Disney que condujo al suicidio por manzana envenenada a Alan Turing, y que ejerció asimismo una fascinación morbosa sobre el cerebro gemelo de Kurt Gödel, los censores lograrán empeorar la ya de por sí deprimente experiencia de la infancia. En todo caso, hay una versión #metoo de la escena asaeteada. El príncipe despierta a la doncella con el sortilegio de la palabra «Sunshine», solo entonces se produce el beso pactado y documentado ante notario.

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