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Perdón por la indiscreción / crónica social de Mallorca
Marian Valero Solivellas Heladería Ca’n Miquel

«Las recetas originales de mi abuelo siguen intactas, son nuestra biblia»

Marian Valero Solivellas, junto al cartel de la emblemática heladería. B. Ramon

Marian Valero Solivellas, Ca'n Miquel. Lo suyo eran los aviones y llegó a ser azafata de vuelo, pero las raíces tiran, y mucho. A sus 35 años está al frente de la emblemática heladería Ca’n Miquel con el reto de mantener su esencia original y ser fiel a sus sabores.

¿Su niñez ha sido la niñez soñada por todos los niños, la más dulce?

Sin duda. De hecho, yo pasé toda mi infancia en la trastienda de la heladería. Mi niñez huele a los almendrados que el abuelo hacía por la tarde. Esto fue, es y será un negocio familiar.

La muerte de Miquel Solivellas, su abuelo, fue muy sentida por todos. No fue un hombre para nada convencional.

Era otra época y para sobrevivir había que estar continuamente reciclándose. Mi abuelo trabajaba en el Banco de España en Barcelona y al conocer a mi abuela y a su hermana, que eran pasteleras, cambió de profesión y aprendió el oficio de manera autodidacta y a base de mucho probar.

¿Cómo nació Ca’n Miquel en Palma? ¿No era lógico que lo que montase en la isla fuera una pastelería?

Sí, pero al pasar las vacaciones en Mallorca y ver que había mucho más mercado para los helados que para los pasteles, decidió apostar por esto. Además, tenía muy claro que no quería hacer el típico helado italiano, sino el artesanal, a base de fruta, agua y azúcar. Todo local. Su filosofía siempre fue que, si el helado no estaba muy bueno, no se ponía a la venta. Y esa filosofía la mantenemos. Si no hay fruta de temporada excelente, no se elabora helado de ese sabor y no pasa nada.

Hay sabores que les duran, literalmente, 4 días…

¡Y tanto! Nosotros dependemos mucho del payés de aquí, del clima, de lo que se cultiva y se recolecta… Con los higos chumbos nos pasa una cosa muy curiosa porque están maduros a finales de agosto o principios de septiembre, que es cuando los recibimos, pero la gente, como los ve antes en las fincas mientras van por la carretera, nos lo piden. Esto también nos ocurre, por ejemplo, con los albaricoques de Porreres, a veces no hay suficientes y decidimos no hacer helados de ese sabor, aunque nos los demandan.

Tenía que ser heladera, sí o sí…

No creas. Con 18 años decidí que quería ver mundo, no quedarme en la isla. No había nada que me gustara para estudiar y pensé en meterme en el mundo de la aviación. Así que me planté en el aeropuerto, pregunté a una chica que dónde se vivía mejor en este mundo y me mandó a la sexta planta donde hacían las pruebas para los cursos de azafatas de vuelo y, para mi sorpresa, me cogieron. Fui muy feliz, viajé por todo el mundo, he vivido en Nepal…

¿Y se fijaba en las heladerías de aquellos países?

Y tanto. Siempre traía de todo para probar y al abuelo no le gustaba nada porque solo quería comida natural, sin conservantes. ¡Ni os imagináis lo que nos costó convencerlo para poder servir un refresco de cola en la heladería! De todos modos, el cliente mallorquín tiene muy claro lo que quiere y cuando viene a Ca’n Miquel sabe lo que va a encontrar.

Marian Valero Solivellas, junto al cartel de la emblemática heladería.

Marian Valero Solivellas, junto al cartel de la emblemática heladería. B. Ramon

¿Qué le hizo entonces renunciar a volar y quedarse finalmente en la empresa familiar?

La crisis de 2008. Nunca me había desvinculado de la tienda y cada vez que venía me ponía a servir, así que no fue un cambio tan brusco. Lo que sí tuve que afrontar, así casi al llegar, fue el cierre de la tienda de Jaime III y el traslado a la actual, justo en la parte de atrás. Nos asustó un poco ese cambio porque pasábamos de estar en primera línea a algo más apartados del foco, pero no podíamos asumir el coste del alquiler y o nos mudábamos o moríamos.

La crisis de 2009 les vino en pleno cambio de local y la del COVID-19, con todo el género en la nevera y una reforma del interior del local…

En 42 años nunca se habían apagado las cámaras y tuvimos que hacerlo y donar todos los alimentos porque estábamos ya preparados para la temporada de Semana Santa y teníamos muchísimo género. Lo donamos a los médicos, a los vecinos, a funcionarios… no queríamos tirar nada. Y tras el confinamiento decidimos abrir, no podíamos hacer otra cosa.

El ‘New York Times’ los recomendó en sus páginas, ‘Paris Match’ también… pero también son conocidos por ser la heladería de los reyes, de sus hijos y de sus nietos…

Nos reconforta que nos elijan, claro, pero tratamos a todos los clientes por igual, con discreción y con normalidad. Por aquí han pasado actores y estrellas mundialmente conocidas y han repetido porque se han sentido muy cómodos. Tengo mi momento con alguno de mis personajes favoritos, sí, pero nunca diré su nombre.

Una curiosidad: ¿las recetas originales del abuelo siguen apuntadas en un papel?

Y tanto, son nuestra biblia. Las tengo fotocopiadas y plastificadas por si acaso. De todos modos, la única que elabora el helado es mi madre, nadie más. Y la testadora oficial es la abuela. Subimos a su casa y le damos a probar algo para ver si le convence o no. Es la juez más dura y exigente.

Confiese. ¿Come helado que no sea de Ca’n Miquel?

Claro, hay muy buenos. Aunque mi preferido es el de chocolate jamaicano con plátano que hacemos aquí, lo tenemos hasta patentado. 

Cuando tiene un hueco para usted…

Me voy a bailar, ballet clásico. Desconecto dos horas el móvil y es la mejor medicina para la mente.

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