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Diez años del 15M: Cuando todo era posible

Un mayo de hace una década Mallorca se contagió de indignación. Tres ciudadanos que tomaron calles y plazas recuerdan un estallido que despertó muchas conciencias

Asamblea en la plaza de España, una imagen icónica de aquellas semanas. B. Ramon

Estaban indignados y querían una «democracia real». Muchos de ellos eran jóvenes que no tenían «ni casa, ni curro, ni miedo». Ciudadanos hartos de un «PSOE» que aplicaba los mismos tijeretazos a los servicios públicos para salir de la crisis y que tenían algo claro: se había acabado lo de votar un día y callar cuatro años. Las primeras gargantas salieron a la calle un 15 de mayo, sin intermediación de unos partidos y sindicatos que ya «no nos representan». Y prendió la mecha.

Dos multitudinarias manifestaciones en Madrid y Barcelona dejaron en fuera de juego al bipartidismo e irradiaron indignación por todo el Estado, también en la impertérrita Palma, donde casi tres mil personas pasearon su enfado por el centro. El próximo sábado cumple diez años un movimiento que en Mallorca se vivió con la misma intensidad y contradicciones que en el resto del país y que tuvo su kilómetro cero en la plaza de España, rebautizada para la ocasión como ‘plaza de Islandia’.

Todo parecía posible, incluso en una isla tradicionalmente desmovilizada, así que muchos ciudadanos tomaron calles y plazas. Una década después tres de ellos conversan con este periódico sobre aquella experiencia. Decidieron implicarse activamente pero aclaran que, antes y ahora, solo se representan a sí mismos. «Quienes ya estábamos en temas sociales éramos la excepción, en mi entorno había una mirada escéptica hacia este movimiento. Pero yo lo vi como algo muy potente, y decidí acampar. Estuve desde el primer día hasta que la policía nos desalojó, aunque muchas noches no dormía allí porque pasaba días agotadores: estaba de profesor en un instituto, participaba en dos o tres asambleas al día y dormía tres o cuatro horas. Era un ritmo vertiginoso, pero a tu alrededor veías mucha energía y capacidad de transformación. Algo que en principio, en Mallorca, veías como algo imposible», recuerda Xavier Castelló.

La manifestación del 15M le cogió en Lleida, de donde es originario, pero horas después estaba de regreso en Palma dispuesto a aprovechar aquel «aire fresco» que llegaba de todas partes. «En realidad el 15M no existía, era algo etéreo, y en todo caso había muchos. Nos preguntaban: ¿Qué queréis? Y cada uno quería algo distinto porque había muchas tendencias diferentes, incluso opuestas. Sí teníamos en común las ganas y la fuerza para crear aquel espacio en la plaza de España», subraya Castelló.

El corazón del movimiento latía en unas decenas de metros cuadrados en los que se llegaron a citar a 300 personas para pasar la noche, además de las miles que se sumaron a las asambleas ciudadanas. En junio el activista islandés Hördur Torfason, que en 2008 inició la revolución que derribó el Gobierno de su país, aterrizó allí para dar una charla a los indignados. Lo hizo posible Nina Furgol, que había hecho una colecta para pagarle el billete y el hotel. «Llevaba tiempo informándome de lo que podía hacer a nivel personal porque votar no cambiaba las cosas. Cerré mis cuentas al saber que muchos bancos invierten en armas y abrí otra en una banca ética. En ese momento de cambio personal nació el movimiento y pensé ‘¡qué chulo!’. Porque si una sola persona puede hacer cosas que tienen un impacto, con tantas será brutal», evoca Furgol.

Durmió una noche en la ‘plaza Islandia’ «porque quería vivir la experiencia» y dio una clase de yoga y un taller de meditación. «Fue un momento muy interesante de vivir, todo se podía repensar. Sentíamos que todo era posible si éramos muchos y nos organizábamos bien», cuenta esta activista.

Noches incómodas en el duro suelo y lemas que no envejecen.

Aligi Molina estuvo desde antes del estruendo, participando en las asambleas que desembocaron en la manifestación del 15M. «Aquello fue una sorpresa, un estallido de gente en la calle que superó todas las expectativas. Fue muy bonito conectar con otras personas que compartían tus mismas inquietudes. Pero quedarse solo en la manifestación parecía poca cosa. Vimos lo que pasaba en la Puerta del Sol y en Barcelona, donde la gente empezaba a acampar, así que el día 17 convocamos por redes sociales la acampada en la plaza de España», relata. «Ese primer día conocía a poca gente. No había jerarquías ni ningún tipo de organización, solo gente que venía de su casa. Lo de dormir en la calle suena romántico, pero estábamos en el suelo y no era nada cómodo. Desde el principio el objetivo era organizar asambleas diarias para hacer crecer el movimiento», afirma este activista.

Aligi Molina: "No hay que sentir nostalgia del 15M, pero sí aprender de aquello"

Aligi Molina: "No hay que sentir nostalgia del 15M, pero sí aprender de aquello" B. Ramon

Había que llevar los nuevos debates y reivindicaciones a los barrios y municipios de la isla, descentralizar el fenómeno y hablar de problemas específicos de los vecinos. «Algunas enraizaron y estuvieron en funcionamiento semanas, otras se convirtieron en entidades sociales. Esa es una de las herencias más importantes del 15M», indica Molina.

Castelló coincide: «Cuando nos desalojaron nos trasladamos a sa Foneta, un centro social ocupado en la misma plaza [donde ahora se levanta el Müller]. Creamos la Universitat Lliue de Mallorca, un espacio para personas interesadas en generar un discurso propio. Nos fuimos a los barrios y creamos proyectos como Contrainfo. En los siguientes años al 15M hubo una explosión de colectivos asamblearios como yo no he visto nunca en Mallorca».

Las plazas se vaciaron, pero Furgol continuó «motivada» e implicada en diferentes proyectos como un grupo de economía local en el que participó Arcadi Oliveres y un banco de tierras. En todo caso, recuerda, «seguimos con los mismos grandes problemas y necesitamos mucho trabajo para un cambio global».

«No lo recuerdo con nostalgia y no creo que haya que hacerlo», destaca Molina, que años después del 15M dio el salto a Cort de la mano de Podem. «Lo que nos indignaba y que hizo que nos echáramos a la calle continúa vigente. Fue un aprendizaje, pero ahora tendríamos que repetirlo de forma consciente. Es necesario que la gente se organice, salga a la calle y haga política», afirma.

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