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Javier Fernández
Ver galería >Las vacaciones de Semana Santa siempre las he asociado con recorrer cientos de kilómetros con mis padres en un viejo Corsa y pasar buenos ratos con sus amigos en la playa de Santa Pola (Alicante). De niño, los primeros rayos de sol y la brisa marina, largas caminatas por el paseo marítimo que terminaban con un Banana split en la heladería cerca del Castillo-Fortaleza. De adolescente, aguerridos partidos de voley playa se mezclaban con los primeros amores pre-veraniegos, con las primeras cenas a base de pizza y hamburguesas cerca del mar con esa chica de Madrid a la que grababa cintas de música y a la que nunca volví a ver.
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Las vacaciones de Semana Santa siempre las he asociado con recorrer cientos de kilómetros con mis padres en un viejo Corsa y pasar buenos ratos con sus amigos en la playa de Santa Pola (Alicante). De niño, los primeros rayos de sol y la brisa marina, largas caminatas por el paseo marítimo que terminaban con un Banana split en la heladería cerca del Castillo-Fortaleza. De adolescente, aguerridos partidos de voley playa se mezclaban con los primeros amores pre-veraniegos, con las primeras cenas a base de pizza y hamburguesas cerca del mar con esa chica de Madrid a la que grababa cintas de música y a la que nunca volví a ver.
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Las vacaciones de Semana Santa siempre las he asociado con recorrer cientos de kilómetros con mis padres en un viejo Corsa y pasar buenos ratos con sus amigos en la playa de Santa Pola (Alicante). De niño, los primeros rayos de sol y la brisa marina, largas caminatas por el paseo marítimo que terminaban con un Banana split en la heladería cerca del Castillo-Fortaleza. De adolescente, aguerridos partidos de voley playa se mezclaban con los primeros amores pre-veraniegos, con las primeras cenas a base de pizza y hamburguesas cerca del mar con esa chica de Madrid a la que grababa cintas de música y a la que nunca volví a ver.
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