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OBLICUIDAD

Hillary Baldwin quería ser mallorquina

Hillary Baldwin quería ser mallorquina, como todo el mundo. La esposa de Alec Baldwin tradujo su nombre en Hilaria, probablemente el único dato correcto de su vinculación con la isla. De nuevo, quién querría no ser mallorquín, aunque tuviera en su mano la extirpación de esa adscripción. De hecho, un compatriota de la farsante desenmascarada fue mallorquín de pago. Se llama Michael o Miquel Douglas, y cobraba cientos de miles de euros públicos anuales por resaltar sus vínculos con Mallorca.

Hilaria Baldwin nunca comercializó su pasión por Mallorca. Ni siquiera mancilló con su presencia física la isla que por lo visto adoraba. Practicó un elegante nacionalismo a distancia pero, quienes no pueden elegir si son mallorquines, necesitan saber por qué no se decantó por ninguna otra entre el medio centenar de pintorescas provincias españolas, a la hora de labrarse una biografía prestigiosa. Sería oportuno que desvelara el aspecto concreto de Mallorca que alentó en su seno una pasión irresistible.

Baldwin no se limitó a un nebuloso parentesco con la isla en su conjunto, sino que fijó su ascendencia en Sóller. Puede esgrimir aquí una fugaz estancia de sus padres en la villa citada. Ahora bien, sería oneroso otorgar la nacionalidad mallorquina a cada turista ocasional, con lo que en una década se contarían por más de cien millones los mallorquines repartidos por todo el mundo. En aplicación de la regla de Hilaria, la isla sería el país más populoso de Europa, aunque los nativos piensan erróneamente que ya se ha alcanzado tamaña condición.

Hilaria Baldwin disponía de todo el planeta para mentir y no escogió ningún otro sitio. Hubiera preferido decir la verdad a inventarse raíces en geografías también exóticas como Bután o Paraguay. Al ser descubierta, la Baldwin no pidió perdón ni a los estadounidenses ni a los mallorquines. Al contrario, reivindicó su derecho a elegir la parte del mundo con la que identificaba su ascendencia. Una pretensión indiscutible, porque hoy cualquiera puede ser esquimal, y será juzgado por delito de odio quien le dispute ese derecho. Hilaria ahonda el precedente de Rachel Dolezal, una norteamericana negra hasta que se demostró que no lo era, y en ese momento se consideró diana de un ataque racista. También Hilaria es víctima por partida doble, por mentir y por la geografía elegida para perpetrar su engaño.

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