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Protectores de la fauna balear

Control de mascotas y verificación de su documentación o la lucha sin cuartel contra los cebos emponzoñados son algunas de las labores del servicio de protección de la naturaleza de la guardia civil. En 2020 recuperó 70 animales en baleares

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El reportaje | Protectores de la fauna balear

El tráfico de animales exóticos es una de las actividades ilícitas que más dinero mueve en el mundo. La estratégica posición de Balears en el Mediterráneo y los millones de personas que utilizan sus aeropuertos, con carácter previo a la covid-19 han convertido al archipiélago en un enclave estratégico para las mafias que se dedican a expoliar la fauna. El Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil realiza una continua vigilancia sobre esta actividad ilícita. Pese al confinamiento y las restricciones sanitarias, estos especialistas en medio ambiente del instituto armado se incautaron el año pasado de unos 70 ejemplares exóticos y silvestres que no tenían su documentación en regla. También se realizaron en torno a medio centenar de inspecciones a tiendas y criaderos para comprobar si tenían la documentación de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES).

«En muchos casos hemos tenidos que recurrir a hacer una prueba de ADN para comprobar que el material genético del animal no se correspondía con el que aparecía en la documentación, explica el cabo primero Ventura del Seprona. En un cernícalo o en una docena de halcones peregrino se detectó esta irregularidad. A continuación, estas aves fueron intervenidas. En otros casos, el hallazgo de un ejemplar con una grave lesión, que le impide reinsertarse en el medio, motiva una nueva actuación de los vigilantes del medio ambiente de la Guardia Civil. En estos casos, los agentes dan parte al Consorcio de recuperación de la fauna de Balears (Cofib) para que se hagan cargo de este animal en apuros y un especialista pueda llevar a la especie afectada a las instalaciones de Naturaparc.

Muchos de estos animales que están acogidos en el Cofib han sido víctimas de la barbarie humana. En algunos casos, como el de un pequeño tití acogido en Naturaparc fue la víctima de una discusión de pareja. En el momento más exaltado de la disputa, uno de los intervinientes arrojó al animal por el patio de luces y se fracturó dos patas. Otro caso bien distinto es el del tigre de bengala Manito. Su madre murió en el parto y fue criado a base de biberón por los cuidadores del centro. «Todo animal tiene su depredador natural y hay que tener claro que, muchos de ellos no pueden ser reintroducidos».

La vigilancia del Seprona no solo se circunscribe a los animales en apuros. Estos agentes de la Guardia Civil también velan por el control de las especies invasoras ante los graves perjuicios que pueden ocasionar a la fauna autóctona de las islas. El coatí o las serpientes de herradura son algunos de los ejemplares nocivos más frecuentes que han llegado al archipiélago. «A algunas de estas serpientes nos las hemos encontrado enroscadas en troncos», puntualiza el cabo primero Ventura. En otras ocasiones se ha buscado una solución más provechosa para atajar el crecimiento desmedido de la población de estos animales. Tal ha sido el caso del cangrejo azul, que se ha multiplicado en la desembocadura de s’Albufera, en Alcúdia y Pollença. Una vez que estos crustáceos se han considerados aptos para el consumo humano, se ha podido controlar el exceso de ejemplares a través de la gastronomía.

Cuarentena animal

Algunas de las batidas más frecuentes de los agentes del Seprona en Mallorca están destinadas a localizar y eliminar los cebos emponzoñados. «En la mayoría de los casos van destinados a eliminar a determinadas alimañas, pero se corre el riesgo de que afecten a otros animales no deseados», abunda Ventura. Cuando se colocan en ejemplares muertos, las víctimas pueden ser aves carroñeras. Las patrullas del Seprona van acompañadas por un perro adiestrado para detectar estos venenos. El can lo marca, para que pueda ser recogido por los agentes. El veneno para matar caracoles suele ser la sustancia más común para emponzoñar cebos. En ocasiones, algunos perros han muerto al ingerir estas bolas de carne intoxicadas.

Una inspección del Seprona analiza las instalaciones y el estado de los animales en Pájaros Arnaiz. En este criadero de Son Cladera de 4.500 metros cuadrados hay multitud de animales repartidos en casi 2.000 jaulas. Este centro se ha convertido en una referencia y es uno de la docena mundial habilitado para que las diversas especies realicen la cuarentena al llegar a la zona Schengen. Un trámite obligatorio para evitar la propagación de enfermedades de origen animal en el entorno europeo. Otro tanto han de hacer al ser exportados a otro país.

«Cualquier persona que quiere hacer una importación de un tercer país, lo más lógico es que haga cuarentena en nuestras instalaciones», explica Miquel Àngel Serra Cabot, actual propietario de esta emblemática pajarería de Palma con 82 años a sus espaldas. Esta cuarentena se prolonga por espacio de 30 días, con las correspondientes analíticas para comprobar que el animal está sano y no porta ninguna enfermedad. En los comienzos de la andadura de esta empresa, rescataron a gran cantidad de primates de las carnicerías de Guinea Ecuatorial cuando era aún colonia española. «Salvamos a millones de monos que iban a ser comidos por los indígenos. Igual que aquí comemos cerdo, allí comían primates. Mataban a las madres y sus crías se quedaban colgando en el lecho de su madre. Llegamos a tener aquí hasta a Copito de Nieve», subraya su dueño.

Una patrulla del Seprona recorre sus instalaciones durante una meticulosa inspección para comprobar al milímetro el estado de las jaulas y de los animales. El dueño de Pájaros Arnaiz acompaña a los agentes hasta la zona de reptiles, donde se encuentran varias jóvenes y escurridizas iguanas. «No tocarle la cola, porque se desprende de ella. La suelta para protegerse de los depredadores», indica a los agentes de la Guardia Civil.

El contraste es drástico. Mientras que algunas de las dependencias están perfectamente preparadas para albergar algunos de los ejemplares más exóticos, en otras jaulas se encuentran especies domésticas comunes. Estos son criados en las instalaciones y muchos de ellos están destinados a la venta. En total, albergan unos 30.000 ejemplares en temporada baja, que pueden llegar hasta los 70.000 en temporada alta. La separación es estricta con las aves que cumplen la cuarentena antes de ser exportadas a otro país. Así, palomas llegadas de Bélgica con destino a Taiwan están recluidas en un espacio completamente aislado del resto de las dependencias. «Las ninfas y los agapornis son los más demandados», abunda Miquel Àngel Serra. De los animales comunes, el conejo es el más solicitado.

La actividad del dueño de Pájaros Arnaiz tampoco queda circunscrita al ámbito de sus instalaciones. Si una situación de emergencia se da en la isla ante la fuga de un animal peligroso o de que un cetáceo o un escualo quede varado en las islas son requeridos. «Siempre nos avisan para ver si podemos echar una mano», recalca. Tal fue el caso con la fuga de dos chimpancés de un zoológico de la isla que eran propiedad del antiguo magnate del rent a car Hasso Schutzendorf. Aunque ante el elevado riesgo que suponía que estos primates violentos anduvieran sueltos y llegaran a un núcleo habitado se tomó la decisión de abatirlos.

El deslumbrante historial de Pájaros Arnaiz no le exime en absoluto de la meticulosa inspección de los agentes del Seprona de la Guardia Civil. La patrulla del instituto armado vela por impedir cualquier irregularidad que pudiera afectar a la fauna del archipiélago. Así, los funcionarios les reclaman la documentación de una gallina japonesa que albergan en sus instalaciones. También les solicitan los papeles Cites de algunas de las especies. Entre estas se encuentran tortugas rusas, que están protegidas en su país de origen. Los inspectores del instituto armado también les preguntan por el procedimiento ante la muerte de un animal, aunque esta pajarería está habilitada para realizar la incineración, previa notificación del ejemplar que ha fallecido.

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