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Oblicuidad

El mural que sobrevive al odio de los Roquefélez

El mural de Madrid no precisa hoy de mayor introducción. Las quince mujeres icónicas reproducidas en Ciudad Lineal sobrevivirán a la partida de las derechas madrileñas, a la caza del arte degenerado. No es preciso suscribir la alineación de la trabajada obra humilde, para sentir escalofríos ante los iconoclastas. Por ejemplo, Rigoberta Menchú se resquebraja ante un examen sosegado de su dudosa biografía política.

El alcalde Martínez Almeida atacó el mural a dentelladas, con una furibundia incompatible con su estampa de gobernante sustraído a la histeria dominante. Al decretar que tan democrático era pintar el mural como quitarlo, solo emparejaba sus conocimientos artísticos y políticos. Tan democrático es promover la sanidad pública como prohibirla, los derechos humanos como su eliminación, y así sucesivamente. Todo antes que confesar que el pacto con Vox tenía un precio. Con tan derruido concepto de la democracia, hay que echarse a temblar si la comisión pictórica de las ultraderechas se diera un garbeo por el museo del Prado, y más todavía por el Reina Sofía. No sobrevivirían ni los lienzos de Dalí.

El arte no lleva asociado un componente mercantil, es directamente un mercado, con unos profesionales que se jactan de que ninguna obra de mérito escapa a su peritaje. Bajo este criterio, los rostros femeninos del centro deportivo de La Concepción se han revalorizado notablemente. Han coronado la cima actual, al convertirse en atractivo turístico. Un hipotético visitante de Madrid, porque la pandemia también los ha extirpado democráticamente, presumiría antes de su gira artística por Ciudad Lineal que de su visita a mojones más socorridos de la geografía de la capital.

Uno de los quince rostros corresponde inevitablemente a Frida Kahlo. Su compañero de turbulencias sentimentales fue el muralista Diego Rivera, que tuvo la osadía de entregarle a los más excelsos banqueros neoyorquinos una pared pletórica de Lenin, Trotsky o Marx en su Rockefeller Center. La ilustre dinastía destruyó la obra en su calidad de propietaria, un detalle que estimularía a los Roquefélez de Vox, PP y los mutantes de Ciudadanos, donde se ha parodiado a conciencia la gran película boxística de Fernando Esteso y Andrés Pajares. Ya casi no queda espacio para consignar que el equilibrado Martínez Almeida sacó a ETA a colación para justificar su particular Fahrenheit. Otro insulto innecesario a los autores de una pieza de arte povera ennoblecida por sus embrutecidos perseguidores.

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