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Pandemials: los grandes olvidados

para los adolescentes no es camino fácil el de la nueva realidad. Más allá de juzgarles como irresponsables ante la pandemia, se echa de menos tener muy presente que les ha llegado en la etapa más vulnerable de la vida, cuando más necesitan estar con sus iguales para desarrollar su personalidad

Los grandes olvidados

«Lo que mas echo de menos es no poder viajar o ir donde quiera, no ver a mi familia o amigos cuando quiero. Y de lo que más harta estoy es de no poder volver a casa cuando quiera». Aitana Saiz tiene 15 años. Responde al unísono con Aarón, su novio, con quien ha iniciado una relación durante la pandemia. Pasan más tiempo del que les gustaría separados y cuando están juntos es sobre todo en la casa de sus padres. Viven en un mundo semiconfinados, con toque de queda. Lo que más odiábamos en nuestra adolescencia: la hora de volver a casa.

A los adolescentes, los pandemials, les ha llegado la crisis de la covid-19 en una etapa «muy vulnerable, cuando buscan más las respuestas en un grupo de iguales que en la familia», señala Ana María Madrid. La psicóloga, educadora social y sexóloga apunta a que «la interacción social es fundamental para el desarrollo cerebral cuando se desarrolla la personalidad y el sentido de la vida», precisamente en esa etapa en que «nos desvinculamos de nuestra familia». Y pronto hará un año que subsistimos entre limitaciones, abocados a cuatro paredes y el núcleo familiar. Después de todo estamos viviendo «un pseudoconfinamiento encubierto», que por suerte no es como el del marzo, cuando «había chavales que ni siquiera salían de su cuarto». Vivían un doble confinamiento.

Ahora «al menos van al centro educativo», continúa Madrigal, en «esta nueva realidad» en la que la tecnología «ha sido un factor de protección para no quedarse aislados del mundo porque al fin al cabo ha sido la continuación de ese mundo que tenían».

Para Alexandra Morales, jefa de estudios de Secundaria de un centro palmesano, los adolescentes «han sido los grandes olvidados de las pandemia. Al principio de curso tenían tantas ganas de volver al cole, de relacionarse con sus amigos, del contacto físico, reírse, hacer bromas..., a pesar de las redes sociales». Ahora todo es distinto.

«Les costaba mucho no abrazarse, se están acostumbrando a la distancia, pero lo siguen llevando mal». Igual que el hecho de «no poder salir de marcha» en el caso de los más mayores. De lo poco que les queda para interactuar está el tiempo del patio, donde «no se pueden mover del círculo del asignado» y, claro, «necesitan la interacción del movimiento». A esto se suma, la división en grupos burbuja, lo que hace que «echen de menos» a esos compañeros con los que ya no pueden interactuar. «No sé cómo lo habría llevado yo», confiesa Morales. Ya no hay trabajos en grupo A todo esto se añade el frío que hace en las clases con las ventanas abiertas, que «también les afecta mucho». Todo suma, y están «más inquietos». Esta profesora de refuerzo para alumnos con necesidades educativas reconoce que se había hecho a la idea de «verlos más decaídos; no tienen chispa, pero siguen siendo niños».

Mar Vega, profesora del IES Son Ferrer, en septiembre se encontró unos alumnos «temerosos, obedientes y silenciosos». Tres meses después «las constantes restricciones impuestas en las aulas, y, sobre todo, en el patio los ha desesperado y las amonestaciones se han quintuplicado». Los más pequeños, entre 12 y 13 años, «no tienen límite y responden de forma violenta».

Aitana hace un retrato colectivo de sus iguales: «En algún momento nos hemos sentido tristes o con ansiedad». «Creo que hablo por todos», añade, en complicidad con Aarón.

Y es que este «caos», como lo define Aitana, les ha llegado en un «periodo clave para el desarrollo psicosocial y personal del individuo», porque el adolescente necesita desarrollar su identidad, explorar, tener amistades y aprender a relacionarse, explica Cristina González Cano, psicóloga del Centro Beatriz Terrasa Blázquez. En medio de esta loca carrera de restricciones, ellos están «en un momento expansivo donde limitarles esa exploración les puede causar malestar y llevarles a gestionarlo de forma inadecuada». Por ello, «es necesario que los adultos les ayudemos a gestionar sus necesidades» y a manejar su malestar.

Otro baño de realidad que están enfrentando es la crisis económica. «Es una de las consecuencias más graves», observa Alexandra Morales. En su centro de enseñanza ha visto cómo «muchas familias se han quedado sin recursos para pagar los libros. Hicimos un llamamiento para que supieran que no pasaba nada sin los traían», carencias que se han ido resolviendo con donaciones. «Reducen más el gasto, no compran patatillas porque notan la situación en casa».

«El futuro es negro, negro, negro —advierte Ana María Madrid—, casi no hay dónde desarrollarse, por lo que el tema de esforzarse se está viendo tocado». ¿Para qué estudiar si no voy a encontrar trabajo? «Los mayores «están tristes y algunos angustiados porque no se ven preparados para el futuro académico y laboral», acota Mar Vega, desde el IES Son Ferrer , en Calvià, donde se palpan los estragos de familias que se han quedado en el limbo tras un año sin temporada turística y otro que se abre con tantas interrogantes. También la psicóloga Cristina González apunta a «la aparición de la incertidumbre y las dificultades» sobre lo que les espera en su día de mañana.

Los adolescentes, en un paralelismo con el sufrimiento de los adultos, están experimentando emociones «de frustración, cansancio, agotamiento», lo que conlleva a la ansiedad, la depresión, el insomnio y la adicción a las tecnologías» , pues quienes sí han hecho su agosto en la pandemia son Fortnite o Among Us, advierte Madrid, quien se define como una defensora de las TIC: «Tienen que saber cómo funcionan».

«Con las hormonas revolucionadas —dice la sexóloga— muchos se han puesto a experimentar con la pornografía» y «no es que el porno sea lo peor del mundo, pero a veces sí», no es la mejor manera de experimentar la sexualidad. Ademas, estamos en una época en la que no nos podemos tocar, cuando «para relacionarnos la caricia es esencial». Queda seguir haciéndolo aunque sea con «miradas emocionales» , que hay que transmitir a pesar de la mascarilla, toda una barrera, por ejemplo, en las presentaciones que hacen durante las clases.

Detrás de estos meses oscuros quedan tantas cosas que se han perdido los chavales. Las graduaciones y esa dispersión de los alumnos que acabaron Primaria entre los institutos, sin despedidas de por medio. Campamentos, viajes de estudios, fiestas de cumpleaños... «Tampoco tiene que ser un drama, pero les va a marcar ca da uno de una manera», reconoce Madrid. «Enamoramientos seguimos teniendo», dice Morales. «Y discusiones de parejas», continúa la jefa de estudios, pero los que más notan las limitaciones «no solo a nivel romántico son los más mayores a la hora de poder conocer gente nueva».

Todas esas críticas tachando a estas nuevas generaciones de ser propagadores del virus y de comportarse de manera irresponsable ante la pandemia desemboca en que han recibido «un trato injusto. Hay chavales superresponsables y no se les puede meter a todos en el mismo saco», lamenta Ana María Madrid. Sale en su defensa y asegura que «no han sido ellos los culpables de la segunda ola de covid-19. «A lo mejor también los adultos se habían relajado y mira ahora con los encuentros familiares». Le molesta tanto «esa visión desproporcionada» ante la actitud de los más jóvenes.

Ya se habla incluso de una cuarta ola que va a impactar en la salud mental y dejará marcas en toda la sociedad. Sin embargo, por otro lado, quedan las habilidades que se desarrollan también ante la adversidad. «Si los adultos referentes —reflexiona Cristina García— hacen un buen manejo de los síntomas y de la situación actual, podrán servir a los adolescentes como factor protector creando una red de apoyo y facilitando un mejor manejo de la situación».

De lo que no hay duda es de que ser joven o adolescente nunca es fácil, y menos ahora. Lo que hay que hacer es «escucharlos mucho», recomienda Madrid. «Tenemos una percepción como adultos, pero te cambia al escucharlos, en la familia o el colegio», agrega la psicóloga. Su colega García abunda en lo mismo: «Hay que crear espacios de comunicación y validar sin juzgar cómo se pueden sentir (enfadados por no poder salir o ver a sus amigos) y ayudarles a manejar su frustración».

Menos mal que les queda el colegio. «Menos mal que hemos podido volver» . Esa frase la está escuchando mucho Alexandra Morales en su centro educativo. «Han aprendido «a valorar muchas cosas», entre ellas que «esta es se segunda casa y están más a gusto de lo que pensaban». Y «a nivel emocional se han dado cuenta de que es más importante que la abuela esté bien que una Playstation».

Madrid insiste en que «no se les juzgue cuando también los adultos estamos perdidos». Y lo que nos queda.

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